Opinión

Los más buscados

Uno es el que imaginas. De todo corazón espero que, cuando leas estas líneas, los mineros asturianos hayan arrancado, por fin, al pequeño Julen de las profundidades del cerro malagueño de Totalán. El otro se llama Juan Guaidó y encarna hoy la esperanza de millones de venezolanos, de aquellos que sueñan con el regreso de la verdadera libertad a sus instituciones. Presidente de la Asamblea venezolana y delfín del detenido Leopoldo López, este joven político debe de haber recibido en las últimas horas miles de llamadas que no puede contestar por motivos de seguridad para que los soldados de Nicolás Maduro no le localicen. Es cierto que Guaidó llegó al cargo «de rebote» –los opositores al régimen chavista más reconocidos están en prisión o en el exilio– pero no ha perdido el tiempo: ha salido a los pueblos de su país y ha convencido con su discurso a una población deprimida, sedienta de cambios. Para todos esos venezolanos, Juan Guaidó es un político sin pasado, significa aire fresco y provoca –eso me explican– la misma ilusión que, en su momento, generó el mismísimo Hugo Chávez.

Nada más declararse presidente interino y asumir las competencias del Ejecutivo venezolano, recibió el apoyo explícito de Estados Unidos y, por extensión, de una veintena de países. No es casualidad su proclamación un 23 de enero, fecha simbólica para los venezolanos, día del derrocamiento del dictador Pérez Jiménez. Tampoco sorprende la reacción inmediata y favorable de Donald Trump. En este preciso contexto, independientemente de que este último desafío a Maduro tenga éxito, España ha perdido la oportunidad de posicionarse y de tomar, por una vez, la delantera en la política exterior europea. Nos avalaba la proximidad cultural, social, económica y sentimental con Caracas, pero el Ejecutivo de Sánchez lo ha desaprovechado, hemos contrariado a la numerosa colonia venezolana de nuestro país. Nos hemos escondido detrás de Bruselas y su ambigüedad; incluso el presidente Macron se nos ha adelantado en la valoración del asunto, con el consiguiente enfado de Josep Borrell.

Que Pedro Sánchez, de entrada, se haya limitado a unas palabras reconfortantes a Juan Guaidó, a una simple llamada telefónica desde Davos, me resulta descorazonador. Como bien ha subrayado Felipe González, España tiene el privilegio y la carga de liderar el pensamiento comunitario sobre Venezuela.