Opinión
Cristiano
Acusar a futbolistas y famosos de fraude fiscal, procesarlos públicamente, tranquiliza a las masas, que disfrutan del tormento (económico, judicial, no sanguinario, menos
mal...) de supuestos «culpables» de sus males, señalados como tales por las autoridades políticas, mediáticas, etc. Claro está que todos, famosos y ciudadanos corrientes, tenemos que cumplir con nuestras obligaciones fiscales. Otra cosa es que estas cambien sin previo aviso, o se «intensifique» la aplicación de las normas. Problemas con el fisco no solo tienen los ricos y famosos, sino autónomos, jubilados, trabajadores precarios... Algún día saldrán a la luz, y la revelación será dolorosa. Ahora, lo pasmoso es que la mayoría piense, verbigracia, que el dinero de Cristiano Ronaldo es «público», y compare injustamente las diferencias en el criterio de tributación por ingresos publicitarios de un futbolista –que gana mucho dinero porque realiza un trabajo que solo él puede hacer en todo el mundo– con los dudosos ingresos de Urdangarín.
El cuñadismo colectivista español está extendiendo la idea de que el dinero de los demás es una propiedad pública. No distinguen el dinero ganado honradamente por alguien con su trabajo, de otro trincado sin escrúpulos al erario público. Así, se juzga con el mismo rasero a Cristiano que a un político corrupto. «Ese dinero que Ronaldo ha defraudado, ¡robado!, es nuestro, es mío, tuyo...», oigo a una persona respetable (formación universitaria, trabajo importante). Como él, muchos piensan que el dinero de los demás les pertenece. Aunque, cuando tienen que pagar a Hacienda de su bolsillo, les entren algunas dudas.
Es hipnótico observar los rituales de estas nuevas quemas de brujas en que se han convertido los juicios fiscales a figuras públicas, acusadas de no cumplir escrupulosamente con sus obligaciones tributarias. «Hacer el paseíllo» hacia los tribunales de justicia, es un arrebatador espectáculo para las masas, que enloquecen de emoción cuando un famoso se abre paso entre flases hasta las puertas del juzgado. Es la moderna hoguera simbólica de brujas. La contemporaneidad ha sustituido la sangre por el dinero, porque la sangre actual es el dinero. La sangre de verdad no vale nada. Se derrocha en las pantallas (sangre falsa) y en los crímenes reales (sangre auténtica) sin provocar ni un parpadeo entre el público. Lo único que impresiona, conmueve y escandaliza es el dinero. Qué asco.
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