Opinión
Universos
En 1972, el etólogo John B. Calhoun creó un experimento que sigue fascinando por sus implicaciones: ¡un auténtico paraíso para ratones! Un lugar de promisión ratonil, con toda la comida que los roedores podían soñar, limpieza, condiciones adecuadas de temperatura, material para nidificar, ausencia de depredadores... etc. Lo único limitado era el espacio del que disponían. El experimento se inició con cuatro parejas sanas de ratones noruegos, que pronto empezaron a procrear. Cuando se cumplió el día 560, la población había alcanzado la cifra de 2200 individuos, y a partir de ahí, comenzó a disminuir. Se volvieron violentos, se peleaban entre ellos, sentían estrés y se atacaban a la menor ocasión. Los machos gastaban demasiada energía en defender su posición. El espacio escaseaba. Aumentó la agresividad de las hembras fértiles, que intentaron ocupar el lugar de los sobrepasados y desquiciados machos. La lactancia se redujo. Los índices de natalidad, también. Los roedores no eran sociables, sino apáticos, se limitaban a comer, dormir y pelearse. Las hembras se volvieron incapaces de culminar los embarazos, abandonaban a las crías, desertaron de su función de madres, cuando no practicaban el canibalismo con sus criaturas... Calhoun bautizó sus experimentos como Universos. Todos eran enloquecedores cuando faltaba el espacio. Desviaciones sexuales, canibalismo, abstinencia sexual patológica, desorientación y caos... Eran señales de un «hundimiento social, del comportamiento». El hacinamiento condujo al colapso, los nacimientos disminuyeron, aumentaron las muertes y la ruptura social los condujo a la extinción. Calhoun creía que su experimento podía aplicarse a las poblaciones humanas, que un mundo cada vez más abarrotado sería un boleto premiado hacia el colapso y la posterior extinción de la especie. Sus estudios tuvieron lugar hace mucho tiempo, pero nuestro extraño optimismo sobre el «crecimiento» los ha despreciado. La población mundial sigue subiendo a un ritmo vertiginoso, mientras la mayoría confía en que deje de hacerlo «de manera natural», pensando que el crecimiento demográfico lleva aparejado un crecimiento económico, sin efectos secundarios. Aunque podría no ser así, según Calhoun. Porque, además de las enseñanzas escalofriantes del etólogo, deberíamos tener en cuenta que las poblaciones humanas no viven en «universos» de promisión y abundancia, sino en espacios enfrentados, fronterizos, donde los recursos escasean o abundan, pero jamás están tan bien repartidos como en aquellas viejas jaulas de ratas...
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