Opinión

Un «relator» para cambiar el relato

En toda película de mediadores hay una banda sonora intrigante, una fotografía sombría y un garaje donde unos señores de negro se entregan maletines. Carmen Calvo propone un mediador para que la sátira catalana se convierta en una de espías. Vamos cambiando el género (no el del lenguaje inclusivo, el otro) hasta llegar al esperpento. De facto, lo que el Gobierno admite es que es incapaz por sí solo de llevar las riendas de una Generalitat díscola, que un día pensó sujetar hasta que, como estaba previsto, el caballo se desboca y el problema no desemboca. El Gobierno, al cabo, compara a España con Venezuela donde tantos figurines fueron a zapatear ante Maduro y éste les respondiera con un zapatazo o con un Zapatero. La diferencia es que España, todavía, es una democracia, y el régimen de Caracas, un asaltacunas de la libertad.

Los mediadores de ETA tuvieron escaso éxito, si acaso nos libraron de algunos muertos de más sobre la mesa donde se servía el desayuno con las condiciones en frío, como si no fueran suficientemente gélidas las maneras de asesinar. Calvo lo llama un «relator», un juglar que levante acta de las coplas que allí se canten. La vicepresidenta, tan lista, es única para admitir pulpo como animal de compañía. Se cambia «negociador» por «relator» y ya transforma el sentido de la razón de ser del sujeto. A la muerte la llamaría tránsito. Si quiere convocar a los partidos políticos, primer error, ¿es necesario alguiena ajeno para que informe a los ponentes de que lo que allí se pide esta fuera de la Constitución?, segundo error. Si fueran al programa «Ahora caigo» estarían ya todos dentro del agujero.

Las probabilidades de acierto son superiores a las de que toque la lotería. Pues ni aún así. En estos casos, un mediador suele ser un señor o señora de nombre impoluto que acaba convirtiéndose en un patán en manos de los intereses de una parte que busca publicidad y deslegitimar a las instituciones como si aquí un extraño siroco hubiera urdido su facultad de discernir con la constitución en la mano. Es la penúltima concesión a los de Torra para que aprueben los Presupuestos. No les vale la advertencia de que viene la derecha. Quieren un Mandela pero puede colarse un Chuck Norris como en aquella película de sábado por la tarde en la que tocaba mediar para la entrega de unos diamantes robados. La cosa acabó a tiros. Mientras vivan en su jungla de cristal, somos el resto de los españoles los que estamos presos. Que llamen al Vaticano y recen lo que sepan.