Opinión

La crisis del relator

El gesto del Gobierno socialista de aceptar la presencia de un testigo independiente, un relator o intermediario, en la mesa de partidos catalanes, como le exigían la Generalitat y las fuerzas independentistas, ha provocado en España una crisis política de dimensiones desconocidas. La aceptación de esta extraña e indefinida figura ha sucedido al día siguiente de que ERC anunciara una enmienda a la totalidad de los presupuestos si el Gobierno de Pedro Sánchez no hacía antes un gesto convincente. En Moncloa rechazan la relación entre una cosa y otra. Pero la ocurrencia ha soliviantado a los partidos de la oposición, que han decidido movilizar la calle y pedir explicaciones en las Cortes, y ha desconcertado y convulsionado a las agrupaciones del PSOE en vísperas de elecciones locales, autonómicas y europeas. El líder del principal partido de la oposición, Pablo Casado, ha llegado a acusar al presidente Sánchez de «alta traición», palabras mayores que obligarían a actuar a la Fiscalía del Estado, sin descartar una fulminante moción de censura. Amplios sectores de la opinión pública creen que el presidente está cautivo de los separatistas catalanes, a los que les debe su continuidad en el poder. Todo esto ocurre en vísperas del juicio a los secesionistas en el Tribunal Supremo.

Desde La Moncloa acusan, por su parte, a los políticos de la oposición, con especial ahínco al del PP, de deslealtad en éste y en otros asuntos de Estado, y de buscar con tanto alboroto únicamente el beneficio electoral. Se muestran convencidos de que el camino del diálogo, con los gestos que haga falta dentro de los límites constitucionales, es el correcto. Dicen que el camino anterior, el de Rajoy –que ellos apoyaron– no lleva a ninguna parte. Ésta es la situación. Dada la gravedad del enfrentamiento, el Rey puede verse obligado a ejercer más visiblemente su papel de mediación y moderación. La «crisis del relator» puede tener funestas consecuencias. Convendría responder cuanto antes con claridad a algunas preguntas. Si es un asunto de partidos catalanes, ¿qué pinta el Gobierno en eso? Si es una mesa de partidos catalanes, ¿para qué sirve el Parlamento catalán? Si es una mesa de diálogo entre partidos catalanes, del que falta el de mayor representación, ¿qué diálogo es éste? Las explicaciones de la vicepresidenta Carmen Calvo –esta mujer se va a quemar en la crisis catalana como una mariposa en la luz de una vela– no han sido convincentes. Pretende hacer valer el gesto ante los independentistas, pero reduciendo su importancia y quitándose del medio ante el lío en que se han metido.