Opinión

Daño

Es urgente reflexionar sobre el «daño a las instituciones», y lo que implica para la democracia. Felipe González ha hablado del peligro de «degradar las instituciones». Su advertencia corre en paralelo a las de otras voces autorizadas que, en los últimos tiempos, indican de forma inquietante que quizás estamos corriendo más riesgos de lo que frívolamente suponemos. Dos profesores de Harvard –Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, («How Democracies Die»)– han pasado más de veinte años estudiando el colapso de las democracias en Europa y América Latina, llegando a la misma conclusión que González: no hay que jugar con las instituciones, porque en esta época la democracia no acaba con una gran explosión final de vistosos fuegos destructores, sino que se va minando lentamente, debilitando a las instituciones críticas, erosionando las normas más antiguas y hasta ahora sólidas, y deslizándose gradual y silenciosamente hacia el autoritarismo..., o la nada.

Esas instituciones y normas son el equivalente a las vigas maestras de un sólido edificio. Cuando el armazón falla, la construcción se derrumba. Así ocurre con la democracia: si las instituciones y normas básicas, esas que sostienen al sistema, se carcomen, todo se hunde. Lenta, pero implacablemente. El desenlace es inesperado, inédito. No estamos preparados para percibirlo, acostumbrados como estábamos a que las democracias fuesen destruidas mediante golpes de Estado que producían un efecto inmediato. Antes, era algo parecido a dejar caer el telón. El cambio se apreciaba de un minuto para el siguiente. Todos sabían que la democracia había muerto, dando paso a algo bien diferente (dictadura, autoritarismos, totalitarismos...). Pero los tiempos han cambiado, también en eso. Ahora, la democracia muere en una lenta agonía. Aunque, cuando comienza ese trance de decadencia, podría decirse que casi ha llegado su fin.

Cabe hacer un paralelismo con el «fin del Imperio Romano», pero a una velocidad diferente. Cuando hablamos del fin del Imperio Romano, parece que nos refiramos a cierto día y hora concretos, cuando se anunció que, aquel imperio que asombró al mundo, había cerrado por defunción. Pero no. Su declive duró siglos. Y supuso una transformación asombrosa: fragmentación, división, pérdida de autoridad, cambio de nombre... Así, quizás también nosotros despertaremos un día, miraremos a nuestro alrededor y nos daremos cuenta de que no vivimos en una democracia, sino en otra cosa.