Opinión

Además

Sorprende la manera en que, desde España, se mira hacia Latinoamérica. Verdad que Maduro, desde Venezuela, consigue que despertemos y alcemos la ceja, alguna vez, al ritmo de sus estultas crueldades, pero del resto de países, pocos se acuerdan. No proporcionan «clics» en los periódicos on line. También es cierto que no vivimos tiempos propicios para cultivar lo que podría ser tachado de injerencia paternalista con ribetes colonialistas, o algún otro engendro de concepto semejante. Sin embargo, la desmedida ignorancia de la opinión pública hacia los problemas de Latinoamérica –que no ocupan muchos titulares, ni tiempo informativo en los medios– es reveladora. Por ejemplo, a la situación de Nicaragua, pocos le prestan atención. El eurodiputado Ramón Jáuregui, según Europa Press, ha pedido al jefe de la Eurocámara que envíe una carta al presidente Ortega pidiéndole que respete los derechos humanos de los presos políticos que «están sufriendo un maltrato horrible». La represión a la que Ortega está sometiendo a la población es espantosa. También está cerrando periódicos, confiscando medios y propiedades, acabando a golpe de porra, golpizas, opresión policial y arbitraria violencia, propia de un disparatado dictador bananero, con cualquier atisbo de disidencia. Y, sin embargo, sus desmanes no conmueven a nuestra opinión pública. ¿Por qué Venezuela sí, y Nicaragua no...? Quizás los lazos familiares sean mayores entre España y Venezuela. Probablemente, también los intereses. Lo mejor, y lo más triste, es que tenemos testimonio vivo de todo, porque la ignominia letal de los tiranos contra la pobre gente hoy está siendo grabada en directo, y retransmitida en internet. Aunque, los españoles, poseemos una acusada tendencia al ombliguismo. Lo que nos afecta directamente, nos interesa y preocupa de forma apasionada y vehemente, pero el grado de curiosidad que despiertan asuntos que rebasan nuestras fronteras, es inversamente proporcional a la distancia donde se sitúan dichas cuestiones con respecto a España. Nicaragua queda lejos, de Barajas y del corazón de un país como éste que, pese a todos sus defectos, y a no proclamarse patriota, posee la altiva y ufana conciencia de sí mismo de un narciso de la historia. Mientras tanto, personajes indignos, como Ortega en Nicaragua, ejercen una arbitraria dominación sobre su pueblo, ante la silenciosa indiferencia de quienes, por lo menos, deberíamos alzar la voz, aunque solo fuera para contarlo.