Opinión

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El resultado de las próximas elecciones será uno de los más inciertos de la historia de la democracia española. Las encuestas sufrieron no hace mucho una crisis de credibilidad. No solían acertar en sus previsiones. Nadie sabe si esos fallos se debían a que la gente mentía a los encuestadores, o simplemente cambiaba de opinión durante el tiempo transcurrido entre la encuesta y las votaciones. Aunque lo cierto es que, lo que la gente piensa y lo que dice que piensa –y no digamos lo que hace–, casi nunca coincide. Esa no es, como creemos, una característica de nuestros tiempos de posverdad, sino un hecho «humano», comprobado desde que comenzó a usarse la ciencia estadística. Ya en los años 60 los encuestadores encontraban grandes diferencias entre el dicho y el hecho de los consumidores. Se confirmó que el «prestigio» de las marcas influía en la «opinión» de los compradores que decían preferir tal marca de cerveza considerada «exquisita», pero que a la hora de comprar se decidían mayoritariamente por la más barata. Los psicólogos de la agencia de publicidad McCann-Erikson hicieron una encuesta para averiguar por qué el público no compraba una refinada marca de arenques ahumados. Descubrieron que a la mayoría «no les gustaban» los arenques ahumados. Pero, cuando preguntaron un poco más, se encontraron la sorpresa de que el 40% de quienes decían que no les gustaban los arenques ahumados, jamás se había llevado uno a la boca. No los habían probado nunca. Más que posverdad, existe una tradicional dicotomía entre lo que pensamos y lo que hacemos. La «crisis» de la prensa tiene mucho más que ver con la falta de fiabilidad de las encuestas que un supuesto afán deliberado de los ciudadanos por mentir y confundir a los encuestadores. La buena fe, en general, la actitud honesta, es la conducta más corriente entre las personas. Ocurre que, hoy, la prensa ha perdido la hegemonía sobre la opinión pública: los votantes ofrecen un reflejo –incluso distorsionado– de la influencia que ejercen en ellos blogueros, redes sociales, bots manipulados desde el extranjero, fake news, spin doctors... La verdad es cara. Sigue estando ahí fuera. Para encontrarla, hace falta estar dispuestos a pagarla. Por eso, desde que todo es gratis, cada día resulta más difícil encontrar la verdad.