Opinión
Ana Pastor, presidenta
Nos enseñan el último CIS en intención de voto y hay quien, a estas alturas de la película, asegura fiarse más de los horóscopos que de sus sondeos, seañor Tezanos. Qué pena de credibilidad tocada y hundida en su propia cocina.
Entretanto, en el juicio del procés, acusados y testigos explican cómo fueron los convulsos días de octubre de 2017 y, a pesar de la expectación que algunos generan –pienso en el reaparecido Rajoy–, al cabo de unos minutos se me escapa un bostezo. Ni siquiera el faltón Rufián me deja enganchada esta vez frente a la tele, a la espera de su titular canalla, de su minuto de gloria. Será porque ya hemos escuchado y conocido sobradamente los argumentos y las maneras de unos y otros. Posiblemente porque, hasta el momento, el único testigo que ha confirmado en el Tribunal Supremo ciertos detalles cruciales de los días previos al uno de octubre ha sido, qué sorpresa, el lehendakari Íñigo Urkullu. El resto, con todos mis respetos, se ha limitado a repetir exactamente lo que esperábamos de ellos en estas circunstancias. De un tiempo a esta parte, tengo la impresión de estar asistiendo a un anodino mitin en bucle, y eso que la campaña, oficialmente, aún no ha comenzado. Qué pereza, madre.
De las últimas horas políticas y judiciales, rescato hoy, por derecho, a Ana Pastor, en su emotiva despedida como presidenta del Congreso. Muy bien ha tenido que desempeñar su labor en el hemiciclo –no sólo de cara a la galería– porque arrancó de todos los diputados, puestos en pie, una ovación memorable. Sus palabras la retrataron como la señora que es. Pastor se permitió, con ese característico sentido del humor suyo, irónico a la par que cortés, enorgullecerse de ser mujer en un escaño, como el resto de sus compañeras diputadas. Repartió agradecimientos sin límite de tiempo a todos, a sus señorías, a los funcionarios y a los periodistas, y concluyó con un sentido «valió la pena por ustedes, por España y los españoles». Brotaron las lágrimas en todas las bancadas, ahí están las imágenes del momento para la historia de esta legislatura que ha sido de todo, menos plácida. Ana Pastor quiso ser una presidenta respetada y, visto lo visto, lo ha logrado con creces. Ha dignificado su cargo.
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