Opinión

Importa

Resulta alarmante el número de descuartizadores que aparecen en la sección de Sucesos de las noticias, que además cada día ocupan más espacio informativo. La espantosa destrucción que estos psicópatas perpetran en los desgraciados cuerpos de los congéneres que tienen la mala suerte de tropezarse con ellos (o de traerlos al mundo) podría tener algo de mimético, ya que el hecho atroz se ha replicado varias veces en los últimos tiempos. ¿Produce efectos imitativos un crimen horrendo como este...? ¿De verdad existen tantos maleantes anestesiados ante el dolor y la sangre ajenos? La sangre falsa desborda en las películas y en las series de televisión. Supongo que, si los guionistas la introducen tan generosamente, será porque tienen comprobado (mediante Big Data) que el público la demanda. El Big Data ha iniciado un proceso de «deconstrucción» de la realidad nunca conocido. El filósofo francés Derrida hablaba de «deconstrucción» cuando otros traductores del alemán, mucho menos sutiles que él, habrían dicho «destrucción», pura y simplemente –la «Destruktion» de Heidegger–, pero lo cierto es que la deconstrucción de Derrida ha devenido una suerte de devastación moderna que funciona como estrategia habitual y actitud social, no solo artística, política, filosófica..., sino incluso criminal. Desconstruir, dicho de una manera simple, es desmontar intelectualmente una obra, analizando las estructuras de su discurso y encontrando las taras que oculta. En nuestro tiempo, hasta el mundo material está siendo deconstruido. Algo a lo que no son ajenos estos psicópatas capaces de acabar con su madre, su amigo o la mujer que un día... ¿amaron?, de forma tan pavorosa. No son delincuentes al uso, sino gente cuya vida podría calificarse con exactitud de «Nasty, Brutish and Short» –desagradable, brutal y corta, como diría Thomas Hobbes en su obra «Leviathan»—; si bien, desde el año 1651, incluso Hobbes habría supuesto que se estaban dando pasos hacia adelante, si no en el sentido del filosóficamente discutible «progreso», sí al menos en el de un gradual pero imparable abandono de la brutalidad. Existe un componente de sucia indecencia en la brutalidad, que repugna moral y civilmente porque indica retraso. Los descuartizadores son una señal de involución. Algo está pasando. La comunidad sangra a través de sus víctimas. En la sociedad española, que presume de su seguridad, esto debería significar algo. Muy importante.