Opinión
Y tú, ¿haces huelga?
¡Pregunta del día! Pues oye, haré lo que crea, en conciencia. Y matizo que lo haré porque puedo. Porque mis jefes, ellos, me otorgan esa libertad. Efectivamente, menuda privilegiada (si me comparo con mi madre y mi abuela). Me formé, lo mismo que mi hermano. Soy autónoma en lo económico. Ocupo un puesto de cierta responsabilidad televisiva que me aleja del concepto odioso de mujer florero. Si secundo o no esta huelga, jamás tendrá que ver con una ideología equis. Huyo despavorida de los manifiestos, del adjetivo «feminazi», del «compañeras y compañeros». Desde esta franqueza feliz te escribo, en plena era del postureo hipócrita.
Ana Pastor Julián le dijo ayer a Carlos Alsina: «Cada vez soy más feminista». Y la comprendí en el acto, vete a saber todo lo que esa mujer ha experimentado en el Hemiciclo y fuera de él. Algunos podrían pensar que pocos motivos tendrá la presidenta del Congreso para quejarse de discriminación, de brecha salarial. Ella y otras tantas ejecutivas de élite, diplomáticas, militares, científicas..., mujeres brillantes, pioneras. ¿Qué sabremos los demás de sus malos ratos –por su condición femenina– a lo largo de sus respectivas carreras?
En este país nuestro, en el que aún no podemos presumir de contar con una presidenta del Gobierno, ser feminista, de acuerdo con la definición de la RAE, lo suscribe hasta el tato, pero se apropian de su causa determinados políticos de modo que otros, desde las antípodas ideológicas, se sienten obligados a no converger en la celebración de esta fecha. Me molesta tanto que un partido se adueñe de una lucha social de siglos, como que otro decida que sus mujeres «lideresas» se abstengan de participar en la marcha de hoy. Estoy pensando en Andrea Levy y compañía: confirmaron su presencia, luego la dirección dijo no.
Hace un año, en un contexto que invitaba a protestar contra las manadas y la violencia de género, hombres y mujeres salimos a las calles, en tromba, para clamar por la igualdad real de sexos. Doce meses después, sin embargo, apenas nada ha cambiado, aunque quizá exista una mayor conciencia social de la desigualdad. Estudios y sondeos corroboran que el famoso techo de cristal sigue siendo, más bien, de hormigón. Solo por eso, urge abordar el problema y predicar con el ejemplo.
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