Opinión

El agua, el símbolo de todo

Ayer fue el día internacional del agua y en estos tiempos inciertos, donde no llueve, el agua se vuelve símbolo de todo. El agua es vida y, sin ella, tampoco importarían las elecciones o los lazos amarillos, los discursos de primer orden o las bobadas que afectan solo a los candidatos y tras las que se olvidan lo que de verdad preocupa a la ciudadanía. Pienso en el agua y recuerdo la amenaza de siempre. Desde que era niña he sabido que en España acechaba la sequía recurrente. En un país de tan poca lluvia, no era raro imaginar que acabaría produciéndose una contaminación política del agua, que gestionarla sería un reto, que los trasvases serían discutidos y que terminaría por haber –como hay– pozos ilegales de los que se extrae el agua equivalente al consumo de 58 millones de personas. Mientras algunos genios tratan de concebir inventos con los que desalar el agua, reutilizarla y combatir la sequía pertinaz que se avecina, el cambio climático advierte, desde la voz de los adolescentes, que todo esto se irá agravando cada vez más y que puede llegar el día en el que, tras una sequía persistente, igual a las que vivimos en otros años, no vuelva a crecer la hierba, como si la hubiera pisado el caballo de Atila.

La reflexión obliga casi al pánico. A pensar que ese privilegio líquido que forma parte de nuestras costumbres puede convertirse en pura entelequia. Así las cosas y vistas desde mi más de medio siglo, no puedo dejar de preguntarme si mis hijos, seguidores de la joven activista sueca Greta Thunberg, acabarán teniendo que defender su propia parcela del planeta y cada gota de agua a lo Mad Max...