Opinión

De puro vicio

Se enciende los focos. En el escenario la policía judicial y una funcionaria de justicia resiste el acoso de cientos de manifestantes. No pueden abandonar Fort Apache ni trasladar a comisaría el material incautado en la Consejería de Economía. Muchas horas más tarde la secretaria escapará por los tejados. Entre medias transcurre un asedio digno de John Ford con Henry Fonda en el papel del general Custer.

En distintos momentos de la obra los agentes de la Guardia Civil tratan de cumplir su mandato y salir con vida del edificio. Asistimos a momentos de gran dramatismo. Pienso en esas puertas, inmensas, que deben de apuntalar con sus propias manos para evitar que sean derribadas. Por un momento la película salta de Monument Valley y se desplaza a las inmediaciones de la Ciudad Blanca en El retorno del rey, con los muros de la fortaleza a punto de caer bajo las acometidas de las tropas de Mordor. «Vemos una imagen de la puerta de la Consejería», explicó el capitán que dirigía el registro, «que debe ser la medida de los metros, no exagero, una puerta de madera maciza y hierro, que se ve cómo está viniendo abajo porque la gente está echando abajo. En ese momento, los agentes y varios dispositivos judiciales sujetamos las puertas para que no se vengan abajo y venga la multitud dentro». Todavía más surrealista era constatar que el negociador en todo momento fue un tal Jordi Sánchez. Sí, sí, nuestro Jordi, entonces presidente de la entidad soberanistaANC. No la polícia autonómica (inmediatamente les dedicamos párrafo) sino uno de los hombres clave de la denominada trama civil del golpe. Los niños no recordarán pero la trama civil, en España y en lo tocante a golpes, siempre jugaron un papel esencial en el imaginario de todos los investigadores. Solo que aquel septiembre del año 2017 la célebre trama, lejos de resultar vaporosa y difusa, estaba al alcance de cualquier policía. O eso podemos deducir del testimonio del Guardia Civil. Sànchez «tenía ese poder sobre la masa», dijo. Entre las propuestas barajadas destaca la hermosísima oferta de que los guardias civiles abandonaran el edificio de paisano y sin las cajas con los documentos obtenidos durante el registro. Falto añadir que salieran con las manos en alto. O desnudos. O cantando alguna chorradita de La Trinca. Toca resignarse. Quesquesé se merdé... A fin de cuentas «El que tomaba las decisiones era Jordi Sànchez y Laplana las acataba». ¿Laplana? Oh, nada. Nadie. Un testigo. Una mota de polvo. Una de esas moscas vulgares, que de puro familiares no tendréis digno cantor (y que me perdonen los damnificados por la incapacidad de muchos hoy día para apañarse con el lenguaje figurado o la coña marinera).

En fin. Apenas la teniente de los Mossos, Teresa Laplana. Los Mossos opinaban con buen criterio que salir de allí por el pasillo montado por los voluntarios de seguridad era una locura. Sobre todo si los Mossos no enviaban con urgencia al séptimo de Caballería en forma de lecheras de los antidisturbios. EL teniente seguía, zas, zas, zas, cose que te cose con el sudario de un día de infamia. «Empezábamos a estar muy nerviosos. Habíamos recibido ya llamadas de nuestros familiares preocupados por cuál era la situación. Cuando digo preocupados digo la mujer de alguno llamando llorando y la secretaria judicial estaba muy nerviosa». Bah. Una demostración de poder popular. Una gincana deportiva. Con los polis rodeados y cientos de manifestantes que impiden su evacuación. Lo normal. Estos policías españoles se quejan de vicio. Se lo cuentas a un agente del FBI o un detective de Scotland Yard y te responderá que a ellos les sucede algo parecido a cada rato.