Opinión

Netanyahu contra todos

Vivir las vísperas de unas elecciones, sean donde sean, desde las entrañas del territorio y de la sociedad en las que tienen lugar, siempre es más fácil que analizarlas desde la distancia.

Desde

el primer momento en el que aterricé en Tel Aviv, el pasado domingo

por la tarde, pude percibir la enorme tensión, así como la

respiración contenida de todo un país ante un evento clave, tanto

para Israel como para su -ya cuatro veces- primer ministro Benjamín

Netanyahu, al que yo he apodado desde siempre como ‘el Berlusconi

judío’. Una tensión apenas aliviada por la festiva y emocionante

celebración de la final del Festival de Eurovisión el próximo 18

de mayo, un hecho que los israelíes ansían vivir con auténtica

pasión.

El

sobrenombre al que acabo de aludir no está elegido por casualidad,

como pueden imaginar, sino sencillamente porque, como el ‘Duce’

transalpino, Netanyahu aspira a perpetuarse en el poder para no ser

destrozado por todos los juicios que tiene pendientes a consecuencia

de sus múltiples escándalos de corrupción.

Como

es natural, el primer ministro prefiere vivirlos desde la cómoda

atalaya -y el consiguiente fuero- que le otorga ser el máximo

responsable del Estado, y no como un mero ciudadano raso.

Hace

ya cuatro años, su clave para alzarse con el triunfo electoral fue

conseguir adueñarse del voto nacionalista, azuzando y provocando una

previa alarma social sobre el hecho de que los árabes israelíes

acudirían a las urnas de forma masiva.

En

esta ocasión, el exmilitar devenido en una suerte de político

extremista y populista de la más ‘pura’ especie, ha encontrado

otro filón para intentar decantar en su favor las disputadas

legislativas de mañana. Una argucia que ha dejado ‘alucinados’ a

casi todos, incluidos los suyos. La promesa, lanzada al terreno de

una despistada y atomizada derecha y extrema derecha, ha sido nada

menos que la de la anexión de los asentamientos judíos de

Cisjordania.

La

sociedad judía vive estas elecciones de forma contradictoria. Por un

lado, el país sigue modernizándose y está cada vez más en la

vanguardia de sectores como el tecnológico y el farmacéutico,

además de ser socialmente el Estado más progresista de la región.

Por el otro, Israel sigue albergando dudas acerca de su futuro y

vigilando de reojo cómo, a nivel internacional, sigue asociándole

con guerras y conflictos, y manteniéndole esa eterna etiqueta de

eterno enemigo del pueblo palestino.

Los

últimos sondeos publicados arrojan el pronóstico de un pésimo

resultado para Benjamín Netanyahuy su partido, el Likud, que

quedarían por detrás de su principal rival, el exresponsable de las

Fuerzas Armadas, el general Benny Gantz, líder de la alternativa

centrista y acusado por sus acérrimos rivales de débil y

emocionalmente frágil, incapaz de liderar un país tan complejo.

El

primer ministro, cosa que sostiene desde siempre, grita al pueblo que

la

creación

de un Estado palestino puede amenazar la existencia de Israel.

Gantz

y el resto de partidos de centro han cargado ya contra la promesa

extremista del líder del Likud considerando que la alternativa

ofrecida en plena campaña electoral es totalmente irresponsable.

Una

‘flagrante

violación’ de la ley internacional

La

comunidad internacional aprecia que todos los asentamientos israelíes

construidos en territorio palestino ocupado carecen de ‘validez

legal’ y que la propuesta de Netanyahu es la demostración de cómo

la era Trump ha modificado completamente los equilibrios internos de

un país que, hasta a la salida de Obama de La Casa Blanca, parecía

acercarse a la plena aceptación del estado Palestino.

La

extrema derecha por lo tanto da un paso adelante también en Israel.

La ola de populismo que ya hemos vivido en toda Europa amenaza

también al estado judío y a su gente.

A

pesar de salir derrotado, según todas las previsiones, lo más

probable es que Netanyahu pueda formar un gobierno de coalición

compuesto por una derecha y una extrema derecha nacionalista. Lo

veremos muy pronto.

Mientras

tanto, en todas las discotecas y salas de fiestas de Tel Aviv se

baila al son de las canciones del Festival de EUROVISIÓN, y todo el

mundo prefiere bailar y cantar. Al final, la gente es consciente de

lo poco que incide realmente su voto frente a un país centro de

muchos intereses internacionales.

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