Opinión

Indigesta hora del té

Pues va a resultar que llegados a este punto en la historia de la Europa unida, ni los Salvini, ni los Le Pen ni los Urban –sobre quienes con toda lógica se establecen todas las prevenciones– van a ser los primeros en poner en auténtico jaque al proyecto de progreso y convivencia probablemente más ambicioso en la historia forjada a golpe de sangre y fuego en el viejo continente. La esquizofrenia del Brexit, camino de hacer saltar por los aires cualquier lógica política en una democracia tan consolidada como la británica, ha puesto a los europeos que quieren ver y oír, frente a la verdad desnuda de las «zapatiestas» que los nacional-populismos son capaces de armar en unos tiempos en los que, superados los fantasmas goebbelianos, son los mensajes demagógicos en las redes sociales y las «fake news» los que seguirán marcando algunas pautas si nadie, liberado del concepto políticamente correcto de la mal entendida libertad de expresión, no lo remedia. El Brexit ha metido a las futuras generaciones británicas –esas que ahora ya reparan en que si te abstienes en política será esta la que se haga a tus espaldas– en la peor de las pesadillas recordando a la vez a los nostálgicos del imperio que el cuento real difiere mucho del que les habían narrado, pero a la vez mantiene a una más menguada Unión Europea tentándose la ropa y la cartera ante un tsunami que dice dar por descontado, pero que brinda desde Finisterre hasta Bucarest una verdadera y auténtica lección resumida en cinco claras sesiones, para quien quiera oír, desde los aledaños de simpatía hacia todo tipo de nacionalismos excluyentes. Cuestión sobre el que algo podemos contar al sur de los Pirineos.

La primera pasa por subestimar la aparición de formaciones antieuropeas, xenófobas y, como en el caso del Reino Unido, proclives a cortar todo nexo de unión con sus socios de referencia en el siglo XXI. La segunda son los complejos a los que sucumben partidos tradicionales haciendo suyos en muchos casos gran parte de los postulados del populismo. Lo hemos visto en España y lo demostró David Cameron ante la presión de Nigel Farage marcando un absurdo nuevo marco de relaciones con la Unión. La tercera fueron las mentiras y noticias falsas durante la campaña del referéndum por la desconexión, arrastrando a la población rural y a gran parte de la ciudadanía de edad más avanzada hacia la división y la radicalización ante la quimera de una Gran Bretaña más prospera solo para los súbditos de su graciosa majestad. La cuarta fue la posición cobarde, acomplejada y tacticista de uno de los líderes más nefastos madurados al albur de la crisis global del socialismo europeo y que no es otro más que el laborista Corbyn. Y la quinta fue la incapacidad general para colegir que el discurso de los vendedores de brebajes nunca debería suplantar al de las propuestas realistas contantes y sonantes y al juego de la democracia con mayúsculas, esa misma a la que algunos en su buena fe pretenden desvirtuar a toro pasado abogando por una repetición de la jugada. Mal asunto, aquí no actúa el «VAR».