Opinión

Vengo a hablar de mi libro

Había que dejarse de florituras. El que diera el primer golpe respiraría tranquilo. Habían entrenado para un combate de los de antes, más flexible, que los pies bailaran, a puño limpio, combate rápido para los que se creen pesos pesados, pero con los guantes de hoy, que hacen el daño justo. Los símiles pugilísticos se antojan hipérboles ante caballos dopados por tanta precampaña. Empiezan siendo toros y acaban en buey, como el del vídeo del PACMA. Un día fui crío y cuando visitaba a mis tíos en el campo trabé buena amistad con las vacas. Y hasta vi burros mover una noria. Eso sí que es una experiencia y no la de «Blade runner». Hoy nos encontraríamos con una manifestación animalista para comprobar que trabajan ocho horas. Pero a lo que vamos, tenía razón Manuel Alcántara cuando dejó dicho que hay más gente sonada de la política que del boxeo, de ahí que haya que disculparse por comparar a esos hombres que se caen y se levantan de la lona con los cuatro jinetes del Apocalipsis en «prime time».

Y faltaba el caballo del quinto, aparecido en el libro que regaló Sánchez a Rivera. Que el fin del mundo está cerca ya lo prevé Homer Simpson. Los asesores de campaña tienen la obligación de mentir más que sus jefes. Nos advirtieron de una estrategia que luego se les fue por momentos de las manos. Los apoyaron con libros en lugar de toallas. Rivera pareció recién salido de una final de «La Voz», pero se le fue quebrando, más que la garganta, el bolso sin fin de Mary Poppins de la noche anterior que en Atresmedia fue la mochila de Pablo Casado, ansioso de revancha y de zapatos con alzas. La sobreactuación solo se permite una vez. En estos debates es cuando le sale al español el entrenador de fútbol que lleva dentro. «Venga, Rivera, mete un gol por la derecha». Pero no. Quería los votos del PSOE.

Pedro Sánchez bailando la yenka, izquierda, izquierda, ultraderecha, ultraderecha, la nariz creciente, no sabíamos si hablaba Pedro o Sánchez, y así, hasta el jersey imposible de Pablo Iglesias, el antaño faltón que pedía lloriqueando, muy educado, que le bajaran la hipoteca. Vimos a hombres vivos. El lunes próximo, alguno de ellos olerá a muerto. Ya podemos preparar el perfil del ganador y del perdedor sin ni siquiera hablar con ellos, como Gay Talese en su «Frank Sinatra está resfriado». Más que boxeo fue una bronca callejera. No hay más preguntas.