Opinión
EEUU y Rusia se miden en Venezuela
Rusia ha entrado con inusitada fuerza en el drama venezolano. El secretario de Estado norteamericano, Mike Pompeo, afirmó que fueron los rusos quienes disuadieron a Nicolás Maduro, en el último minuto, para que no abandonara Caracas en un avión que le estaba esperando a pie de pista rumbo al exilio en La Habana. Esa inesperada presión habría hecho descarrilar la llamada Operación Libertad que comenzó al amanecer del 30 de abril con la puesta en libertad de Leopoldo López, uno de los presos políticos venezolanos más destacados.
Pompeo telefoneó al día siguiente a su homólogo ruso, el ministro de Asuntos Exteriores, Serguéi Lavrov, a quien le dijo que la intervención de Rusia y Cuba era “desestabilizadora” para Venezuela y para la relaciones bilaterales entre Washington y Moscú. El jefe de la diplomacia estadounidense urgió a Rusia a que “cese su apoyo a Nicolás Maduro y se una a otras naciones, incluida una abrumadora mayoría de países en el Hemisferio Occidental que quieren un futuro mejor para el pueblo venezolano”. Lavrov respondió que si Estados Unidos continúa dando “pasos agresivos” en ese país caribeño, se producirán “las más graves consecuencias”. El Kremlin considera que la “injerencia” de la Casa Blanca en los asuntos internos de un Estado soberano y las amenazas hacia su Gobierno representan “una flagrante violación del Derecho Internacional”. “Sólo el pueblo venezolano tiene el derecho a definir su futuro”, continuaba diciendo el comunicado del Ministerio de Asuntos Exteriores de Rusia, que favorece el diálogo entre todas las fuerzas políticas y se opone a la “destructiva influencia exterior, especialmente la del uso de la fuerza”.
Este duro intercambio de reproches entre Pompeo y Lavrov no sólo evidencia la falta de sintonía mutua entre ambas potencias nucleares sino también la importancia geoestratégica que ha adquirido Venezuela en la nueva Guerra Fría 2.0. Estados Unidos y Rusia están enzarzados en una “guerra informativa” cada vez más belicosa y esta parte del Caribe es un nuevo frente.
Moscú tiene fuertes intereses económicos en la zona. Arriesga 23.000 millones de dólares entre préstamos e inversiones, algunas de las cuales no fueron refrendadas por la Asamblea Nacional venezolana, controlada por la oposición. Pero el presidente ruso, Vladimir Putin, no sólo se mueve por dinero sino también por su apuesta estratégica en Latinoamérica.
Como subraya Javier Morales, profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Complutense de Madrid y especialista en seguridad y política exterior rusa “no parece propio de Putin aceptar que un aliado suyo se marche al exilio y que Trump se apunte el tanto del ‘cambio de régimen’”.
“Implicarse en Venezuela le da a Putin la oportunidad de meterle el dedo en el ojo a EEUU”, sostiene Andrea Kendall-Taylor, experta en temas rusos del Centro para una Nueva Seguridad Americana (CNAS). “Desde el punto de vista de Putin, meterse en el patio trasero de Washington es la venganza por la intromisión de EEUU cerca de las fronteras rusas”, añade la politóloga en alusión a la expansión de la OTAN hacia las tres repúblicas bálticas o al apoyo de Washington a las revoluciones en las antiguas repúblicas soviéticas de Georgia y Ucrania.
La confrontación todavía es dialéctica. Venezuela 2019 no es Cuba 1961. No hay misiles nucleares rusos desplegados, pero hace poco más de un mes un avión de pasajeros Iliushin Il-62 y otro de carga militar Antonov An-124 aterrizaron en el aeropuerto de Maiquetia, a las afueras de Caracas. Allí dejaron toneladas de pertrechos y un número indeterminado de militares rusos, cuya misión es todavía una incógnita, pero que recuerdan a aquellos “asesores” enviados por el Pentágono a Siria y Afganistán.
“Los modelos sirio y libio son más importantes aquí que el caso cubano de hace 60 años”, cree Matthew Rojansky, director del Instituto Kennan, el centro más importante en Estados Unidos para estudios avanzados sobre Rusia y la antigua Unión Soviética. “El caso libio representa exactamente lo que más teme Rusia: que si no hace nada, EEUU usará su poder militar para derrocar a un régimen amigo de Moscú”, añade. En 2011 una coalición liderada por la OTAN ayudó a un grupo de rebeldes a expulsar al líder libio, Muamar Gadafi, quien terminó asesinado por la turbamulta. Pero Rojansky va incluso más lejos: “Moscú está absolutamente preocupado por la idea de que Washington usa su poder para forzar cambios de régimen favorables alrededor del mundo, y de que tarde o temprano Rusia será un objetivo de su lista. Por tanto, los rusos se oponen a cualquier cambio del régimen de Maduro primero porque EEUU lo apoya enérgicamente, pero también por el precedente inaceptable que ese cambio significaría para Rusia y otros estados próximos suyos en Eurasia”.
Maduro desmintió las palabras de Pompeo pero no las de Bolton, el verdadero factótum del alzamiento venezolano. El consejero de Seguridad Nacional de EEUU, firme defensor de la Doctrina Monroe (“América para los americanos”), declaró en público que él había apostado por la implosión del régimen de Maduro, es decir, por un cambio de bando de los principales activos chavistas, entre ellos el ministro de Defensa, Vladimir Padrino, el presidente del Tribunal Supremo, Maikel Moreno, y el comandante de la Guardia Presidencial, Iván Rafael Hernández Dala. Bolton reconoció que Padrino no terminó de dar el paso, pero esa denuncia ha generado una enorme desconfianza entre los más altos escalones del poder. Y eso acerca la posibilidad de una solución violenta.
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