Opinión

No digas que fue un sueño

Con las manos altas les impedían pasar. A los Mossos. Con las manos bajas se agarraban del velamen. Los testigos. Con las manos ni altas ni bajas, a la altura aproximada de la boca por la que a diario disparan necedades, hacían la peineta y creían ser los más demócratas. Lo preocupante será cuadrar su actitud, de cientos de miles organizados por mediación del Espíritu Santo, con la docilidad que la policía autonómica parecía acoger sus desafíos. El problema para las defensas consistirá en que a ver cómo demonios conjuga la imagen de unos votantes que desobedecieron a conciencia y en conciencia, con la estampa binomia de unos Mossos cansados, que arrastraban los pies de vuelta al coche. O todavía peor, que vigilaban serenos al lado de los sediciosos o, incluso, rechazaban un cafelito porque, uh, estaban de guardia. Pues menuda mierda de guardia, majos. Menudo ridículo atroz de binomios de plastilina, guapos. Menuda marabunta de gente alegre dispuesta a practicar durante unas horas la revolución. Decidida a consumar el desacato generalizado, tumultuoso y unánime del orden legal. «Dijeron que tenían orden de precintar y nosotros les respondimos volem votar. Cuando pidieron a un responsable contestamos els responsables som tots. Con las manos en alto les impedimos que pudieran entrar dentro del recinto». Tampoco acabo de asumir cómo enhebrar la imagen terrible de unas Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado retratados como los hunos con la estampa jovial y deleitable que intentan transmitir los testigos. Si la Policía Nacional y la Guardia Civil se emplearon con la brutalidad que le achacan, ¿cómo fue posible que votaran dos millones, pico arriba o abajo, de sosegados peatones? La balada de la Policía Nacional y la Guardia travestidos de panzers durante la «Operación Barbarrosa» invalida el cromo de los votantes mimosín. Claro que todo parece más sencillo. Aplicando la navaja de Ockham, asumido que en igualdad de condiciones la explicación más sencilla suele ser la más probable, cabe escribir que los policías nacionales y guardias civiles cumplieron con las órdenes que traían y calibraron como corresponde el uso de la fuerza. La gente opuso resistencia allí donde aparecieron. E invitó a chocolate cuando en su lugar surgía un jocundo binomio. Luego resta el asuntito de que hicieron falta censos, más o menos cutres, pero censos, y urnas, miles, y papeletas, millones, y pasta para comprar las cajas, para imprimir y etc., y presupuesto para anunciarlo todo, y hubo que contar esos votos, y que su mera existencia solo podía justificarse inserta en relato golpista de las leyes de desconexión y que los resultados dieron lugar a la proclamación, corta pero bien pregonada, de la república. Que es posible que no exista, idiota. Pero bien que hicieron por lograrla. Bien que movilizaron a millones para empujar. Bien que mantiene en su mamandurria al prófugo de Waterloo y otros fugados. Bien que ha dejado el parlamento regional como una institución perfectamente inútil y la escuela y la televisión transformadas en laboratorios de ingeniería social dignos de la Alemania nazi. Yo no sé si fue un sueño, como en el Egipto perdido de Marco Antonio y Cleopatra. Aunque diría que las consecuencias del delirio saltan a la vista de cualquier observador no contaminado por la fiebre amarilla. Con las manos altas, dicen. Por no añadir esto es un atraco.