Opinión

Rita y Alfredo

E más de una ocasión, me he preciado de conocer a mis compatriotas, pero hay reacciones suyas que no por archiconocidas dejan de causarme estupor. Me ha vuelto a suceder con el océano de alabanzas que ha provocado la muerte de Alfredo Pérez Rubalcaba. Hijo de un falangista convencido, Alfredo, como tantos miembros de familias joseantonianas, se pasó al PSOE en la época en que este partido no contaba apenas con militantes. Consiguió destruir la calidad de la enseñanza en España, al parecer, para siempre; fue portavoz de los gobiernos socialistas infectados de corrupción y de terrorismo de estado; violó –por primera vez en la Historia reciente de España– una jornada de reflexión electoral aprovechando además el horrible trauma que significaron los atentados del 11-M; desempeñó un papel esencial en los enjuagues entre ZP y la organización terrorista ETA; fue responsable jerárquico del chivatazo del Bar Faisán que permitió escapar a la plana financiera de los etarras y, en un momento determinado, sustituyó al frente del PSOE a ZP para cosechar el peor desastre electoral, hasta entonces, debido a que para millones de españoles, incluidos los de izquierdas, era la encarnación de la manipulación y del embuste. Sin embargo, a pesar de este historial, no precisamente ejemplar, todos, absolutamente todos, incluidos los que sufrieron sus trapacerías políticas decidieron convertirlo en un héroe y calificaron como hombre de estado a quien encarnó un sectarismo político paradigmático. Quizá fue porque se llamaba Alfredo. Una mujer, de nombre Rita, murió hace algo más de dos años de manera diferente. Fue la mejor alcaldesa de Valencia. Pudo gastar en exceso, pero nunca se llegó a demostrar que cometiera una ilegalidad. Sin embargo, por una futesa, la aislaron socialmente, la obligaron a abandonar el partido en el que aupó a Rajoy al poder absoluto y la abandonaron. Murió sola como un perro y con el corazón destrozado y los que ahora cantan las loas de Alfredo se colocaron de perfil o sólo deslizaron algunas frías formalidades sobre su muerte. Bien, así es España y así son los españoles. Pero el día de las elecciones, aquellos que deseen contar siquiera con una frase de recuerdo cálido tras la muerte, ¿a quién creen que votarán? ¿A los que, como Rubalcaba, acompañan a sus propios delincuentes hasta la cárcel para aplaudirlos o a los que abandonan a los suyos como desechos?