Opinión
Geometría variable trucada
Recordaba Manuel Fraga en alguna de esas queimadas que de vez en cuando y a su particular manera acostumbraba a brindarnos a los periodistas, el comentario que con cierta sorna se le solía escuchar a un conocido compañero de consejo de ministros en el ocaso del régimen anterior: «Yo nunca estaré lo bastante agradecido a la democracia orgánica...siempre me permite acabar haciendo lo que me sale de los órganos». En los tiempos actuales, la política ha terminado por acuñar otra serie de términos, más adaptados a la nueva realidad, pero no por ello exentos de las trampas del eufemismo. Quiere Pedro Sánchez un amplio apoyo a su investidura y gobernar España los próximos cuatro años con 123 escaños, con una política que califica de mano tendida al diálogo y echando mano desde su mayoría minoritaria de aquella «geometría variable» a la que recurrió «ZP», eso sí, con 45 escaños más. La declaración de intenciones del líder del PSOE sería intachable, de no ser porque sus movimientos reales –algunos ya concretados mirando a Congreso y Senado– tal vez estén más cerca de ese exministro admirador de la «democracia orgánica» citado por Fraga que de una bien entendida «geometría variable».
A saber, al mismo tiempo que se les pide a PP y a Ciudadanos una abstención con «altura de miras» para facilitar la investidura del candidato socialista, es con las filas del populismo podemita con quienes se pergeña un pacto de largo recorrido –entren o no entren en el gobierno. Es con la formación liderada por Iglesias con la que se acuerda de entrada, la inclusión en los órganos claves de la Cámara Baja de un beligerante amigo del «derecho a decidir»
–Gerardo Pisarello–, pero no tanto de la bandera española que no dudó en retirar del Ayuntamiento de Barcelona. Pero esa reclamación de «sentido de Estado» a Casado y a Rivera de cara a la investidura, no sólo adolece de ir acompañada por un mínimo gesto que podría justificar ese apoyo, como por ejemplo el ofrecimiento de una colaboración más o menos duradera y estable en tres o cuatro grandes temas de interés nacional, sino que va acompañada, salvado el fiasco de la operación Iceta, de la entrega al PSC a través de dos de sus principales referentes, Cruz y Batet, de las presidencias del Senado –cámara que daría luz verde a una hipotética aplicación del 155 en Cataluña– y del propio Congreso. Movimientos que no podían esperar al post 26-M.
La impudicia al pedir gestos a PP y Ciudadanos se hace aún más evidente cuando se repara en que son precisamente los ahora aupados a altos órganos del Estado quienes desde el PSC rompieron la disciplina de voto siguiendo el «no es no» a la investidura en 2016 de un Mariano Rajoy que, no olvidemos ofreció a Pedro Sánchez un año antes desde sus también escualidos 123 escaños, un gran gobierno de salvación nacional, una gran coalición a la alemana. Hoy, lejos de eso, el pacto que se está buscando va manifiestamente por otros derroteros y es que, claro, estas «derechas cavernícolas» no saben lo que es dialogar. Curiosa visión de la «geometría variable».
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