Opinión

Quisquilla que lleva la corriente

Hay en política unas cuantas cosas que pueden dar con los huesos de un partido en la irrelevancia. Sobre todo las que acaban por arrumbarlo en ese rincón desde el que la propia voz deja de oírse hasta para uno mismo, tal vez porque ya no quede un mensaje definido, una oferta con su núcleo de carga ideológica, eso que con cierta cursilería definen los estupendos como «el alma» de un partido. Las formaciones tradicionales en España –entendamos PSOE y PP– saben muy bien de los estragos acarreados por una mengua en sus expectativas electorales derivada de la corrupción, de crisis de liderazgo o simplemente del desgaste de gobierno, pero con todos los inconvenientes y altibajos en forma de «ERES» entre un personal laboral militante y leal, purgas, gestoras y refundaciones, siempre han acreditado un marchamo ideológico que aún en momentos críticos como el que hoy vive el PP les ha alejado, no sólo de la desaparición, sino del fantasma del «sorpasso» frente a las opciones emergentes. Tal vez por ello son estas nuevas opciones y no la «casta» política de siempre, las que se encuentran ante una encrucijada superado el atracón electoral de primavera. Lo de Podemos parece un camino más evidente hacia la irrelevancia de lo puramente testimonial, pero es el caso de Ciudadanos el que ofrece una mayor complejidad a la hora de calibrar su recorrido como alternativa de poder. Diríamos que el partido fundado por Albert Rivera pasados los comicios territoriales de hace diez días se encuentra sobre la tarima, junto a la pizarra y plantado de bruces frente al tribunal calificador que acaba de formularle la gran pregunta: ¿y tú qué quieres ser de mayor?

La paradoja de Ciudadanos pasa por tener en su mano la llave de la gobernabilidad en autonomías y ayuntamientos claves en la configuración del nuevo mapa de poder territorial, pero al mismo tiempo, precisamente por esa capacidad estratégica de pactar, bien con PSOE o bien con PP como socios principales pasa también por un riesgo evidente de renuncia definitiva a su flanco socialdemócrata o de cuestionamiento de su flanco liberal en función de con quienes se opte por el entendimiento, a lo que se une el inconveniente de alimentar la imagen de partido oportunista rehén de la demoscopia táctica y sin ese poso o si prefieren «alma» ideológica a la que aludíamos de inicio. Rivera se la juega porque está obligado a eso que se llama optar y habrá de hacerlo asumiendo que pactar con las otras derechas para gobernar, también incluye a VOX, y conjugando un discurso de carga ideológica mínimamente sólida con la necesidad de tocar poder subsanando el error de 2015 cuando se decidió quedar fuera –y ya se sabe que quien no maneja presupuesto no tiene deudores– esa es la gran disyuntiva de Ciudadanos, o tomar un espacio para crecer a partir de él con luces largas o las tacticistas «geometrías variables» incapaces de evitar que como la quisquilla sea arrastrado por la corriente.