Opinión
Todos a la cama
Acusan a Rocío Monasterio de haber firmado hace dos años un manifiesto favorable a las llamadas terapias de conversión. Pseudoterapias trash que el panfleto esconde bajo un hipotético «derecho a la autonomía del paciente y a la libertad individual ante leyes que prohíben someterse a una terapia de reorientación de la inclinación sexual cuando se trate de revertirla a la heterosexualidad». Brutalidad top, puritanismo kitsch, que nos devuelve a «Lejos del cielo», con el marido en el sofá del psiquiatra para «remediarse» la atracción homoerótica. Monasterio niega que avalase esa idea. E invoca el derecho a que nadie se meta en tu casa a decir cómo educas a sus hijos. Como si el Estado no tuviera el deber de actuar si los progenitores ignoran las más elementales disposiciones del DSM-IV, que despatologizó la homosexualidad en 1973, o sea, cuando era el DSM-III. Sorprenden poco las declaraciones de quien se ha reunido con las «abolas», tan queridas, ay, por una Carmena que hacía bueno el juicio de Haro-Tecglen a Umbral («Madrid es una ciudad de alcaldes pintorescos»). Unidas por su desconfianza hacia el sexo, la libertad y la fiesta. Unas por la vertiente moralista retro, que aspira a poner coto al maldito libertinaje con discursos en blanco y negro; otras por la cara o chifladura Butler, moralismo superpop. Como explica mi amiga Leyre Khyal, «no son los que aplauden la voluptuosidad y el placer los que alimentan la moral de la vergüenza sexual femenina, son los que la persiguen, los que creen que una mujer sexual es una mujer humillada, desprestigiada. No es la heterosexualidad, es el feminismo de la pureza, que se actualiza en el feminismo cultural y que llamamos abolicionismo. Esta es la última traba contra la Libertad y emancipación de las mujeres Occidentales». Los extremos, idénticos. En Podemos, recuerda Un tío blanco hetero, creen que «la orientación sexual es algo que se construye». De ahí a inferir que los padres están en su derecho de tratar al nene para quitarle la mariconería apenas resta un paso. En breve Monasterio leerá a Catharine MacKinnon y las redactoras de Pikara invocarán «El libro de la vida sexual» de López-Ibor (¿acaso no lo escribieron Lidia Falcón y Eliseo Bayo?). Instaurarán el toque de queda y a las 9 todos a la cama. Pero de uno en uno y con cilicio, lebreles. Que tenéis mucho vicio.
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