Opinión

Navarra y ETA

Estamos en esto de las mamandurrias, los chiringuitos, la geometría variable y la violencia estructural, como si en lugar de sacar adelante un país nos enfrentáramos en una prueba de Selectividad a una parodia de un texto de Saussurre. Y olvidamos lo importante. Entre tanto sonajero de pactos y cordones sanitarios con los que podían ahorcar sus ideas, a algunos se les olvida que lo más trascendente de estas cábalas está en Navarra. Si cae en manos de la caspa intolerante de Bildu, España habrá asado un problema a la catalana. Para chuparse los dedos. El PSOE, y también el PP y Cs, por mucha oposición que estén obligados a protagonizar, no pueden tolerar que se abra el toril y los sanfermines acaben en un 1-O del que luego se echarán las culpas. La corona del reino navarro no puede reposar en las cabezas de quienes, como ayer la amarilla, en el sentido sensacionalista del término, Laura Borràs, no quieren tener un rey. La serpiente abertzale cruzó hace años sus fronteras a esparcir el veneno en el paraíso. Las casualidades siempre se nos aparecen como un aviso divino: ayer se ofrecía un homenaje multitudinario organizado por Herritar Batasuna al primer asesino de ETA, Etxebarrieta, y apenas unas flores adornaban la tumba de su víctima, el guardia civil Pardines, en Malpica. Etxebarrieta es hoy, 51 años después, un gudari al que se le reza sin que nadie impida esas misas negras mientras las víctimas se desvanecen en el relato. La historia será cabrona. Los que fueron acribillados a balazos morirán dos veces. El nacionalismo sueña con expandirse. Que una maldición caiga sobre quienes lo permitan.