Opinión

Chicho Ibáñez Serrador: El liderazgo de la creatividad

Quienes me conocen

saben que no concibo el liderazgo en cualquiera de sus ámbitos posibles, ya sea

político, empresarial, sin atender a ese lado creativo que todos llevamos

dentro, por escondido que nos parezca en algunos casos. Tan es así que, en los

inicios de mi carrera como experto en Liderazgo, siempre procuré unir ambos

planos: el propio manejo de los Recursos Humanos hasta conseguir la excelencia

del liderazgo con el arte y el talento creativo.

Esta semana se nos

ha ido un genio, y también un líder de la comunicación. Sí, ya sé que puede parecer que incurro en un manido tópico.

Pero es que, en este caso, es la pura realidad.

Un pionero

No puede entenderse

la historia de la televisión en España sin la figura, gigantesca, de Narciso Ibáñez

Serrador. Junto con el también inmenso e inolvidable Antonio Mercero, Jesús Hermida o Pilar Miró -pido perdón por dejarme sin duda algún nombre en una lista

que debería ser más prolija- 'Chicho', como todos le conocieron a lo largo de

su vida, le quitó la 'caspa' a aquel nuevo instrumento de comunicación de masas

que en España nació en 1956, en plena dictadura, y modernizó, en la medida de

lo posible en aquellos tiempos, los formatos y los lenguajes. Suyos fueron

siempre sus dos 'hijos' más recordados y que hicieron historia: 'Un, dos,

tres...' e 'Historias para no dormir'. Programas, me refiero básicamente al

primero de ellos que vio la luz en 1972, que permitieron ir aflorando a la luz,

año tras año y década tras décadas, a quienes luego serían grandes

profesionales del medio: Mayra Gómez-Kemp, Kiko Lergard, Silvia

Marsó, María Casal, Victoria Abril, Ángel Garó, Bigote Arrocet, pero también Miriam Díaz-Aroca o Nuria Roca... la lista sería interminable. 

A pesar de poseer

una hoja de servicios descomunal en el mundo de la televisión, Chicho, como

todos los grandes líderes geniales, era humilde. Siempre repetía que él, en

realidad, no había creado nada', a pesar de que todos se lo atribuían con

grandes loas. 'Yo no he creado nada', repetía, 'Solo he

traído aquí lo

que he aprendido allí'... porque Chicho no era solo un hombre de televisión,

sino también un hombre del teatro, y en alguna medida, del cine. Ya su vida había sido de película,

y de todo menos aburrida. Nacido en Uruguay a mediados de la década de los años

treinta del pasado siglo, con 18 años dejó los estudios y se enroló en un

carguero para conocer mundo. Fue actor de teatro, presentó shows y trabajó en

todo lo que le salía, supongo que para ganarse la vida, pero también para

aprender, porque solo viviendo se aprende y puede después enseñarse a

otros... y liderar. 

La censura y la

falta de libertad: el caldo de cultivo que espolea a los mejores

Fue rompedor en los

sesenta su 'Historias para no dormir', formato que se presentaba con aquellos

anacrónicos 'dos rombos' que imponía la censura

de la época. Ironizaba con el hecho de que

le conocieran como 'el señor del terror en la tele'... ¡a él! Y es que Chicho se definía, y a fe que lo era,

como el tipo más vitalista, jovial y positivo de cuantos pudieran conocerse. He

hablado de la censura porque es siempre en ese tipo de climas de falta de

libertad donde los genios creadores eclosionan con mayor fuerza y brillantez.

Contaba con una tremenda gracia y algo de sorna como con todas y cada una de

sus azafatas, las del 'Un, dos, tres', había pasado ante el censor de turno

para que estos midieran, metro en mano, los centímetros de minifalda de las

chicas. ¿Increíble? Así eran

las cosas en la España de los sesenta y de los setenta. 

Chicho nos hizo soñar,

reír, emocionarnos, disfrutar, pasar

miedo... ¡vivir! Y lo hizo con la genialidad de los grandes maestros de ese difícil

arte de contar historias; no exagero si le comparo a Welles o a Hitchcock.

Aunque más que un 'relator', Chicho se consideraba un 'entretenedor'. Viviendo

de un genio como él, y más a la hora de definirse a sí mismo, el matiz sin duda

tiene su enjundia.

Como todos los

grandes, también fue un visionario. Para él, un control era como un gran

juguete, como un gran tren eléctrico a manejar... era lo que más le gustaba en

el mundo. Pero también fue uno de los primeros en anticiparse al gran poder

oscuro que podía llegar a alcanzar -como hemos ido viendo- un instrumento de

tal calibre... una herramienta lúdica para divertir y entretener, sí, pero

también para manipular a las masas de forma masiva. 

Exigente y querido

a la vez

No quiero hacer

este artículo-homenaje demasiado extenso, pero aún apuntaré otra

cualidad de liderazgo más en torno a nuestro querido Ibáñez Serrador: era el más

ácido de sus críticos… y por

tanto, el más exigente con los demás, con sus colaboradores. No concebía el

trabajo de otra forma. Pero no era un líder antipático, ni mucho menos odiado, porque su empatía y su

bonhomía estaban muy por encima de todo. Sabía tanto que, cuentan quienes en

algún momento de sus vidas profesionales pasaron por sus manos, sus 'broncas'

jamás lo eran... porque lo que sí constituían eran auténticas lecciones.

En sus últimos años,

su físico

se fue debilitando, pero su lucidez nunca llegó a opacarse. Como no emocionarse

recordando sus últimas

palabras al recibir el ‘Goya’ de la Academia, o al recordar su despedida de

su público,

de sus espectadores, durante tantas décadas.

Descanse en paz un hombre

bueno, descanse en paz un líder. Porque un líder no lo

es tanto sino posee la capacidad de hacernos, al menos un poquito, soñar, reír,

gozar, vivir… y

todo ello Chicho Ibáñez Serrador lo provocó en nosotros a raudales.

¡Hasta siempre, maestro!