Opinión
¿Quiénes son los hipócritas?
Me asalta la curiosidad por saber si los radicales que reventaron la presencia de Cs en la marcha del orgullo este pasado fin de semana reservan –en lo que sin duda supone una de las mayores fiestas reivindicativas a nivel mundial– algún apartado por tangencial que pueda resultar, para los LGTBI que no pueden acudir a esta fiesta en la capital de España por estar encarcelados, sufrir tortura e incluso pagar con la vida su condición sexual en régimenes islámicos como Irán o en dictaduras comunistas como la coreana o la cubana. Ni una palabra desde Podemos o el propio PSOE, más preocupados al parecer por la línea de pactos post electorales de quienes acuden a la gran fiesta de la tolerancia.
Definitivamente España es un país donde los prejuicios impiden abordar con un mínimo de objetividad y mesura muchos de los grandes problemas que afectan a importantes colectivos. Todo debe pasar por la prueba del algodón de definir con qué bandera ideológica o marca política se afronta una reivindicación o simplemente de qué manera se participa en un acto festivo y sin mayores pretensiones. Defender los derechos del colectivo LGTBI e identificarse con quienes han sufrido a lo largo de la historia dolor y discriminación no puede nunca corresponderse según algunas escalas mentales de valores con ser de derechas, de hecho el imaginario de la izquierda suele cortocircuitar ante la mera insinuación de que la condición de homosexual pueda conjugarse con la pertenencia a un partido conservador.
Tampoco escapan a ese tamiz otros ámbitos que en realidad nunca debieran ser rehenes de unas siglas. Desfilar en la fiesta del orgullo no supone repartir «carnets» de primera o de segunda marginando a quienes representan como poco a la mitad de todos los españoles. Defender y amar la fiesta taurina tampoco escapa a la prueba del algodón y aquí curiosamente la otra media España, la de izquierdas poco menos que debe disfrutar solo dentro del armario de su afición por un espectáculo al que esos mismos complejos les hacen situar como políticamente incorrectos. Lo mismo podría decirse de otras muchas realidades que claman por un debate como poco sosegado y libre de ataduras ideológicas, como es el caso de la gestación subrogada, de la inteligencia artificial, de la manipulación genética con todos sus interrogantes éticos a punto de saltar por los aires y de otros muchos ámbitos que sistemáticamente tratan de ser secuestrados por marchamos de corte político. La izquierda viene mostrando unos síntomas que en poco se corresponden con una pretendida defensa de la libertad y la pluralidad.
Su obsesión por considerarse dueña de la calle es proporcional en muchos casos al desprecio por el veredicto de las urnas e incidentes como el sufrido por Cs o los abucheos al alcalde de «Navarra suma» en Pamplona durante la procesión de San Fermín junto a otros escraches «espontáneos» no son episodios puntuales sino todo un síntoma. A esto se le llama jugar con fuego.
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