Opinión
Guardián de huracanes
Supe de Diego Medrano hace ya mucho tiempo, como de casi todo, aunque él todavía cumpla años en sentido contrario y yo respire cada noche más viejo. Columnista, novelista y poeta, publicó en mayo una antología de poemas, «Llora mi alma de fantoche», que lo trae con viento eléctrico para mearse en el césped de la corrección literaria. Medrano, asturiano de whisky verde, es otro de los grandes descubrimientos de Luis María Anson, nuestro gran insider y uno de los últimos amigos del periodismo literario. Medrano tiene algo de capitán Ajab del oficio y algo de joven Bob Dylan con la sonrisa de gato cuántico mientras los periódicos se arrastran en un peregrinaje clickbait que trata de captar a una clientela a la que no aportamos. Para qué leer diarios si las farmacias, la cartelera y las putas, y los titulares, están en cualquier parte y a un golpe de pantalla táctil. Todo esto, que paraliza a otros, en Medrano refuerza su vocación francotiradora. El gusto por viajar a su aire. La cosa guerrillera. El interruptor de disparar ráfagas de palabras ahumadas con veneno. La escritura secreta de unos poemas entre Stéphane Mallarmé y César Vallejo. Entre la bohemia iluminada con sangre y el banquillo forense del bar revuelto y la cama a punto de bajar la persiana. El lector que viaje al aullido feroz de «Llora mi alma de fantoche» encontrará un cóctel de guapas desnudas y estaciones vacías, de pisos oscuros y calles fantásticas, de ciudad siniestra y mancha humana, de palabras para matar y música negro petróleo, orlada de silencios y cuchillos, carnívora de gemidos, reminiscencias, nostalgia y hambre, sobre todo hambre, hambre y sed de realidad de escritura de subconsciente de calor humano de compañía de soledad de inteligencia y de audacia. Olvide el lector los poemas como breviarios cotidianos de lenguaje neutro, los escritores que insisten en que ellos son como cualquiera y los versos intercambiables con las ocurrencias de un publicitario. Diego Medrano, poeta, pertenece a la raza de los encantadores de cobras, partidarios del huracán y exploradores del fin de los tiempos. Sus artículos son oro en vena, sus poemas un chupito de sangre femoral. Música de madrugada para camaleones inquietos y viajeros surreales.
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