Opinión

Iglesias añora a Casado en La Moncloa

El mismo tiempo que ayer se conoció la derrota de Pedro Sánchez en la primera sesión de investidura, algo más que previsto, Boris Johnson se convertía en el líder de los conservadores británicos y será el nuevo primer ministro con lo que el Brexit ennegrece, sobremanera, el horizonte de Europa. Una situación nada halagüeña para estar sin gobierno. Por si fuera poco, en la negativa conjunción planetaria que se avecina, en septiembre y en octubre Cataluña será todo un polvorín, haya o no haya sentencia.

Pablo Iglesias dio al traste con las expectativas. Apareció el lunes en el pleno con cara de pocos amigos. Igual que un crío en el patio del colegio, como no tocaba la pelota y no marcaba gol, se la llevó al grito de «la pelota es mía». Lo que no sabe Iglesias es que la pelota no es suya. En el pleno de ayer, se lo recordaron Compromís, ERC y el PNV. Están dispuestos a mover pieza siempre que haya acuerdo entre socialistas y Podemos.

La izquierda española está en un laberinto de incierta salida, pero Iglesias se ha encargado de eliminar las migas de pan que ayudan a encontrarla. Se trata de formar un gobierno de progreso que evite nuevas elecciones en las que se puede abrir la puerta a una victoria de las tres derechas, no de salvar a un partido que ha entrado en una fase de desorientación peligrosa. Iglesias no manda en Andalucía, ni en Galicia, no parece que ni en La Rioja visto lo visto, y tampoco en Cataluña. Un ejemplo, Iglesias proclamó su lealtad a Sánchez en el tema catalán. Ni presos políticos ni referéndum, dijo. No le escuchó ni Jaume Asens, el portavoz de los Comunes que habló de referéndum y de presos políticos. Esta debe ser su famosa lealtad.

También sorprende la ausencia de debate sobre los contenidos del programa de gobierno. El PSOE transmitió las líneas programáticas a Podemos. Hasta hoy, sobre este tema ni una palabra se ha dicho en la formación morada. Sólo Alberto Garzón hizo bandera de un pacto programático, priorizándolo por delante de la entrada en el Ejecutivo. Iglesias no lo ve así. Se ha anclado en sus exigencias porque entrar o no en el Ejecutivo es tanto como el ser o no ser de Hamlet, la gran tragedia de Shakespeare. Una posición que pone en evidencia que Iglesias quiere estar en el gobierno como si fuera un salvavidas para una formación que hace aguas por doquier.

Rufián avisó ayer de que si no hay pacto de las izquierdas, ERC no estará en condiciones de dar ningún apoyo en septiembre, lo que abocaría a elecciones, y en esos comicios la izquierda no tiene ninguna garantía de no recibir un castigo del hastío. Tampoco la derecha, porque las elecciones las carga el diablo. Don Pablo parece que añora esta situación con Casado en La Moncloa. El PSOE se afanó ayer a recuperar la negociación. Podemos también hizo un gesto. Se abstuvo, aunque Irene Montero votó no, un ejemplo de que la confianza entre ambas formaciones es un oxímoron.