Opinión

Demonizando a Vox

He leído en la prensa gubernamental avisos sobre un partido político español prácticamente genocida. Con un lenguaje que jamás se utiliza contra los comunistas, que asesinaron a millones de trabajadores, leí que Vox anhela exterminar a la izquierda, simplemente borrarla de la faz de la tierra. Afirman que la izquierda, inocente, solo desea la libertad, la igualdad y sobre todo la democracia.

Aquí el demonio es Vox, y solo cualifican análogamente los que no son de izquierdas, y, por tanto, no pueden ser buenos, y menos pueden serlo si tienen algo que ver con Vox, por ejemplo, si se asocian con ellos en alguna comunidad, algún ayuntamiento o, la peor de las amenazas, en la Carrera de San Jerónimo.

Cabe naturalmente la denuncia de esta clamorosa mentira, el repetido sectarismo de quienes idolatran el socialismo sin reconocer sus catastróficos resultados, de quienes aseguran que los derechos humanos fueron violados por Pinochet, pero nunca por Fidel Castro, o que Videla fue un asesino pero los terroristas argentinos de izquierdas eran solo «activistas» u «opositores», o que el barbarie solo anidó entre los franquistas, pero nunca entre sus adversarios, impecables demócratas de toda la vida.

Hablando de democracia, conviene subrayar su secuestro a cargo de unos fanáticos que jamás consideran la posibilidad de que los otros sean demócratas. Esa es una imposibilidad lógica: los demonios nunca serán demócratas porque se les priva de esa cualidad por definición. No solo numéricamente –ya se sabe, como dijo Benedetti, «en la calle somos mucho más que dos»–. También conceptualmente, porque nada de lo que digan o hagan tiene ningún valor, ninguna relevancia, ningún átomo de verdad. ¿Cómo pueden decir la verdad si no son de izquierdas? Para colmo, son «ultras», un prefijo siniestro que, naturalmente, rara vez o nunca se aplica a la izquierda. ¿Cómo pueden ser ultras los ángeles que, como cualquier sabe, son de izquierdas?

Por fin, hablando de ángeles, ninguna crítica de la demonización de Vox debe concluir divinizándolos. No son ángeles, desde luego, como nadie lo es. Y desde el punto de vista liberal son criticables, y así lo he señalado en estas páginas de LA RAZÓN, en varias oportunidades. Pero cuando la izquierda nos jura que son igualitos que el demonio, convendrá recordar el viejo tango y responder: mentira, mentira.