Opinión

Carmina Oriol

Se llamaba Carmina Salgado, pero estaba tan unida a su marido que todos la llamábamos Carmina Oriol, con el apellido de José Miguel. En su wasap aparecía una foto de ambos, junto al mar, y una frase: «Para siempre», que hubiese resultado convencional y hasta cursi de no haber superado el desafío de una vida juntos, desde la más temprana juventud hasta este agosto en que Carmina ha muerto súbitamente del corazón, con apenas 72 años. Son escasos los amores y las fidelidades de este calibre.

Carmina Salgado ha sido la eficaz directora de Ediciones Encuentro, que ahora lleva su hijo Manuel, y que preside y fundó José Miguel Oriol. Muchos hemos sido los autores de sus títulos y agradecidos lectores de una empresa rara, que atiende a los contenidos y la excelencia, más que al estruendo mediático. En este tiempo de feminismos rencorosos, mujeres como Carmina merecen atención. Fue esposa amorosa, madre ejemplar y una trabajadora y animadora cultural incansable. Cuántos consejos me dio cuando intentaba criar a mis tres hijos azarosamente, abrazándolos entre viaje y viaje periodísticos.

La historia de Carmina y José Miguel es de lo más original. Él, retoño de la larga saga Oriol, pensado para encabezar enormes negocios o empresas líderes, se enroló en la resistencia de la izquierda católica al franquismo y fundó la editorial ZYX. El disgusto familiar puede imaginarse. En esas lides conoció a Carmina, que seguro hizo arrugar la nariz a más de un bienpensante.

Se casaron y, cuando el régimen cerró la editorial, repitieron negocio –esta vez con el nombre de ZERO– y, en la feria de Frankfurt, conocieron una fascinante editorial hermana, la italiana Jaca Books, que los llevó a interesarse por el movimiento cristiano de Comunión y Liberación. Ambos –junto con el matrimonio amigo formado por Jesús Carrascosa y Jone Echarri– se trajeron esa experiencia a España. Conocí CyL en los ochenta y, gracias a ello, a Urs Von Balthasar o el último Ionesco. Leí a los padres del concilio, a los grandes del catolicismo literario –Graham Greene, Peguy, Bernanos, Manzoni, Dante, Sigrid Undset– y tantos otros que buscaron el nombre del Misterio incesantemente en su vida, y la mía cambió a más culta, inteligente, bella.

Le debo mucho a Carmina Salgado. Por embarcarse con José Miguel en una aventura poco convencional, por apostar por la Editorial Encuentro y por llevar una existencia libre, coherente, hermosa. Su casa ha sido un hogar intelectual para muchos, un espacio de discusión incandescente. A su calor se han hecho camaraderías insospechadas con Jon Juaristi, Savater o Mikel Azurmendi. Ha sido la de Carmina una provechosa existencia, con muchas maternidades intelectuales. Sus amigos estamos orgullosos de serlo.