Opinión
La triste y desdichada historia
Muere agosto y lo saludo con un libro amordazado y renacido gracias a Deusto, bendita sea. Los que opinan gratis por las redes sociales, los que consideran que escribir es un pasatiempo, me acusan de montar una campaña. Les parece estupendo que un profesional pierda un mes con un texto que le había encargado un editor y asumible que una empresa tiemble si lo publica. Necesitamos explicar con urgencia que al otro lado también hay ciudadanos. Darle corporeidad a los humillados, sustancia a los ofendidos, biografía a los silenciados. Hay que denunciar las vejaciones para evitar la doma. La omertà no puede salir gratis. En Barcelona, hoy, 2019, cuesta encontrar en algunas de sus librerías centradas y centrales los libros de autores muy destacados y, ay, enemistados con el nacionalismo. No digamos ya si alguien aspira a presentar una movida cultural hostil al mantra. Un coloquio, una presentación, etc. Los calendarios de estos comercios, abiertos para las actividades más peregrinas, se ponen entonces intransitables. Dicho esto conviene subrayar que no soy nadie. Apenas un peatón que teclea desde lejos y que al atardecer remata su jornada frente al sol de Red Hook. Hablo del juicio de proceso en el Supremo porque considero que la democracia española vive horas dramáticas. Con unas élites políticas autonómicas golpistas, dispuestas a tumbar el pacto de convivencia y destruir un país, un demos, mientras los «ignorantes» (Manuel Valls en referencia a los impresentables diputados franceses) hacen el caldo gordo a la ideología más tóxica posible. Lo cuento porque lo contrario sería ejercer de tonto útil, aseado canalla o incoherente bufón ante la acometida xenófoba, la propaganda totalitaria y la rebelión de las tribus ricas, que quieren irse con lo suyo y lo tuyo. Conviene entender que no se trata solo de que cuentes esto o aquello sino de que la ley del silencio impone incluso el cómo. Sólo la palabra alegre, libre bajo el chorro de luz y taquígrafos, puede revertir el imperio de quienes aspiran a disimular sus putrefacciones mediante un relato distópico. Una nana orwelliana que amenaza con ensuciarlo todo. Y lo primero la triste y desdichada historia de un tiempo de autócratas satisfechos y pusilánimes multiplicados que vestían su complicidad con el vistoso sortilegio del diálogo.
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