Opinión
Lo que nos espera
La pasada sesión en el Congreso de los Diputados resultó sumamente instructiva y ofrece pistas de lo que viviremos en los próximas semanas. De un lado Cayetana Álvarez de Toledo e Inés Arrimadas. Más cartesiana la primera, más vehemente la segunda. Imperiales las dos en su denuncia de la utilización del discurso público por parte de una izquierda, ay, grogui. Con todos los principios cambiados y el faro moral allá en la popa. Arrimadas exigió al Gobierno en funciones que deje de arrogarse el monopolio de la compasión y la justicia y, sobre todo, que deje de dar bandazos. Explicó con tino que los problemas sistémicos no se arreglan con el pinturero ibuprofeno de la demagogia. Fue un alivio recuperar a la parlamentaria que denunciaba el rodillo nacionalista en Cataluña, valiente y veloz campeona de los humillados bajo la bota identitaria, ahora que parecíamos resignados a que por Ciudadanos destaquen tipos como el ricacho ese que habla de los emigrantes a bordo de una chalupa como bien comidos.
En cuanto a Cayetana, en fin, cómo sería la escabechina, el guateque de dulces mandobles, que al terminar el debate hablé un rato con uno de los grandes, de los que conocieron el partido y su épica, y me confesó que estaba emocionado con el vigor intelectual, la capacidad de persuasión, los argumentos y el andamiaje moral, la coña marinera y la gracia exhibidas por la portavoz del Partido Popular. Erigida ya en baluarte de los valores republicanos, el humanismo y la razón frente al cacareo de la turbamulta.
Del sanchismo al salvinismo, explicó ella, no hay más que distancia epidérmica, ornamental, decorativa. Lo que va de una ficción sentimental, buenista, a otra igualmente tóxica, malista. Colitis ambas de una enfermedad superior, la del populismo, que se manifiesta por distintos conductos aunque con idénticos y malolientes resultados. La degradación de la vida política, el ataque sistemático a los principios vectores de la democracia liberal, la condena de los mecanismos representativos en favor del referéndum perpetuo, real o inventado, son los ingredientes de un cóctel letal que recorre EE UU, Reino Unido, Brasil, España, Francia e Italia. Como si de repente todos hubiéramos nacido peronistas. Con el agravante de que la fiebre amarilla nos va a coger en mitad de algunos de los episodios más violentos y decisivos en la historia reciente europea. A finales de septiembre o principios de octubre llegará la sentencia del procés, que pone en juego la fortaleza del Estado frente a unas élites políticas convencidas de que podían romper el territorio común de los libres e iguales. Poco después tenemos el subidón del Brexit. Ese potaje a la medida del electorado más xenófobo y rancio. Propiciado por un frívolo imbécil, David Cameron, y alentado por un canalla, Boris Johnson, que cierra el Parlamento porque él también, como Sánchez, prefiere levitar ungido a la mágica llamada/llamarada del pueblo, al bálsamo de fierabrás del referéndum. Entre medias veremos prodigios en Italia, donde la ultraderecha, desabrochada de complejos, pelea con una izquierda desarbolada, unos conservadores y liberales desaparecidos en combate y unos bocachanclas cinco estrellas que recuerdan, por tantas razones, a los amigos de los cerdos, los de las misas veganas y las confederaciones y confluencias unidas jamás serán vencidas que asolan el panorama político español.
Frente a todo esto tendremos un Ejecutivo en coma profundo. Un Ejecutivo de señoritas y señoritos aseados y locuaces. Un Ejecutivo que, la verdad, ejecuta más bien poco, en campaña desde hace medio año y formado por profesionales del escapismo. Julio Béjar, uno de los cronistas actuales más incisivos y lúcidos que conozco, está convencido de Sánchez propondrá un Gobierno en solitario, que Pablo Iglesias, humillado, vencido de sí mismo, incapaz de nada que no sea ya pagar las letras del chalé, aceptará lo que le caiga, lo que sea, y que justo entonces el presidente en funciones sonreirá y apretará en el bolsillo el puñito con el papel arrugado que recoge las últimas encuestas de Tezanos y las últimas consignas de Redondo. E iremos a elecciones anticipadas. Y Sánchez arrasará, porque es nuestro sino que el socavón populista siga creciendo y que las grandes cuestiones de nuestro tiempo encuentren a la mitad del arco parlamentario sumido en la pura inanidad y al otro enfrentado en una pelea narcisista. «Ustedes son un recopilatorio de improvisaciones», denuncia Arrimadas. Lástima que el presente, los platós, las urnas, tengan todo el aspecto de pertenecer a un atajo de improvisadores y oportunistas mientras el recopilatorio que cocinan sus comerciales y ujieres huele a jitazo total, tres, dos o uno... tú y yo lo sabíamos.
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