Opinión

El PP y el poder de las ideas

Primero fueron las propuestas liberales, con matices libertarios, las que ocuparon la primera línea en el Partido Popular bajo el liderazgo de Pablo Casado, en la Convención de enero de este año. Después de unos meses con el partido enfrascado en la lucha electoral, llegaron otras ideas. Se han expresado en la reunión celebrada en el Congreso de los Diputados hace unos días, y atañen, más que al liberalismo económico o ideológico, a la cuestión nacional. Es una propuesta de ribetes jacobinos, menos contundente que este pero no mucho menos arrogante, un «jacobinismo constitucional», podíamos decir, para no volver a utilizar la expresión tan socorrida, tan gastada ya, de «patriotismo constitucional» (que se vuelve a oír estos días: ¿qué será eso de un patriotismo sin patria?).

La respuesta no podía tardar y ha venido de ese núcleo del Partido Popular que elaboró hace mucho tiempo una fórmula existencial, más que ideológica, pragmática en su esencia. Permite combinar una actitud conservadora, traducida aquí en afecto por la diversidad política de nuestro país (ya sea la foralidad o la naturaleza de la sociedad gallega, como ese «patriotismo vasco» del que se ha hablado hace poco), con una apariencia de progresismo, implícita en la distancia que este, en nuestro país, ha puesto siempre con respecto a la identidad española.

Ninguna de estas sensibilidades políticas es ajena a la tradición del PP aunque, como es natural, habrá quien reivindique la suya como más propiamente «popular» que las demás. Hasta Rajoy y la crisis, convivían entre ellas y con otras, estas de raíz socialdemócrata o demócrata cristiana. Así solía ocurrir con los grandes partidos de ambición y alcance nacional.

La fórmula a la que se recurrió en su momento consistió en combinar un liderazgo consistente, por no decir fuerte, en el partido, con una especial atención al terreno de las ideas, aunque fuera sacando estas de la esfera puramente partidista: ese fue el papel de FAES. Al fin y al cabo, un partido no es una universidad ni un centro de elaboración de ideas, y estas, en política, pueden llegar a provocar divisiones irreparables. Seguramente este modelo no pueda ser restaurado porque ha mudado la naturaleza misma de los partidos. Lo que no parece buena solución, en cambio, es utilizar las ideas como si fueran armas de combate por el poder.