Opinión

España, un país anticapitalista

Los economistas han llegado a la conclusión de que el desarrollo económico de los países depende de la calidad de sus instituciones formales y de sus instituciones informales. Las primeras –las formales– se refieren al marco regulatorio de una sociedad: allí donde prevalece un imperio de la ley respetuoso con la libertad individual, con la propiedad privada y con la autonomía contractual, los individuos pueden ahorrar, invertir y emprender sin miedo a que otros los parasiten. Por eso, tales instituciones formales reciben el calificativo de «inclusivas» en contraste con aquellas otras, de carácter extractivo, donde el parasitismo se despliega tentacularmente a través del Estado. Pero, como decíamos, no sólo las instituciones formales cuentan para el desarrollo. Las informales también son fundamentales.

¿Qué son las instituciones informales? Aquel conjunto de valores, ideas y visiones que determinan cómo las personas se relacionan espontáneamente entre sí. Cuando las instituciones informales son frontalmente antimercado o anticomercio, el desarrollo económico se estanca. En aquellos entornos culturales donde ser empresario sea sinónimo de explotador, donde se reverencie la igualación a la baja frente al éxito justamente conseguido, donde los lazos comerciales sean vistos con desdén frente a las directrices estatales, entonces el progreso necesariamente tiende a marchitar. Si socialmente se desprecia el emprendimiento, la innovación, la competitividad o el lucro legítimo, entonces ni emprenderemos, ni innovaremos, ni mejoraremos nuestra competitividad ni nos lucraremos.

Así pues, ¿hasta qué punto la sociedad española se caracteriza por actitudes tan anticapitalistas como las anteriores? Por desgracia, en un grado muy elevado. Esta semana, la Fundación BBVA ha publicado su Estudio Internacional de Valores, donde podemos encontrar una comparativa sobre las principales visiones morales en torno a la economía de cinco sociedades europeas: España, Francia, Alemania, Italia y Reino Unido. En esa comparativa, nuestro país no sale especialmente bien parado.

Primero, los españoles son los que se autocalifican más de izquierdas: el 39% de la población se califica de ese modo, frente a una media del 29% en los otros cuatro países. Segundo, el 76% de los españoles –frente al 51% en los otros cuatro países– se muestra de acuerdo con la aseveración de que «el Estado debe tener la responsabilidad de asegurar que todos los ciudadanos puedan gozar de un nivel de vida digno». En cambio, sólo el 20% (43% en el resto de Europa) cree que «cada persona debe ser el responsable principal de asegurar su propio nivel de vida». Tercero, el 49% de los españoles (frente al 29% del resto) también suscribe que «los ingresos deberían ser más equilibrados, aunque ello pueda significar que las personas más formadas y las menos formadas ganen cantidades similares», mientras que sólo el 43% (64% en el resto) está de acuerdo con que «las diferencias en los niveles de ingresos son necesarias para que quienes estén más formados ganen cantidades superiores a quienes estén menos formados». Cuarto, el 43% de nuestros connacionales
(frente al 40% en Europa) también prefiere que «existan impuestos altos para reducir las desigualdades». Y quinto, el 87% de nuestra sociedad le asigna mucha responsabilidad al Estado en materia sanitaria (70% en Europa); también el 87% se la atribuye en pensiones (67% en Europa); el 60% se la otorga en control de precios (40% en Europa); el 57%, en control de salarios (32% en Europa); y el 49% en control de beneficios (32% en Europa).

En definitiva, vivimos en una sociedad fuertemente estatista y antimercado. Si aspiramos a mejorar nuestra calidad de vida futura, será crucial librar –y ganar– esta batalla cultural.

Nuevas elecciones

Pedro Sánchez no quiso desde un comienzo conformar gobierno ni con Unidas Podemos ni con otras fuerzas políticas. Su objetivo fue forzar la convocatoria de nuevas elecciones para consolidar su crecimiento a costa de los morados y de los naranjas. Concluido prácticamente el plazo para la convocatoria automática de nuevos comicios, lo que apenas constituía un temor se convierte en una certeza. Certeza que, en cambio, deviene en incertidumbre cuando se trata de analizar cuáles serán sus efectos económicos. A la postre, no es desdeñable el riesgo de que Podemos siga siendo decisivo en la conformación de un nuevo Ejecutivo y que, tras el desplante, eleven muy sustancialmente el precio del apoyo parlamentario. Sólo si Sánchez renunciara a cualquier coalición con la extrema izquierda, las elecciones podrían terminar arrojando un saldo moderadamente positivo.

Las empresas no se han forrado

Durante los años más complicados de la crisis económica, Podemos y sus terminales mediáticas divulgaron el bulo de que las empresas –y, especialmente, las grandes empresas– habían salido ganando con la crisis merced a los recortes de derechos laborales. En realidad, no fue así, no sólo porque durante ese período casi 220.000 empresas españoles terminaron desapareciendo, sino porque, tal como nos ha recordado esta misma semana el Banco de España, la rentabilidad de las compañías nacionales –tanto pequeñas como grandes– sigue siendo inferior a la registrada antes de la crisis. No es de extrañar: las crisis son periodos en los que la práctica totalidad de agentes económicos se empobrecen. Y ésta no fue una excepción. Trabajadores, pymes y grandes empresas –todos– se empobrecieron. El populismo de izquierdas nos mintió.

La Fed reduce tipos

La Reserva Federal volvió a rebajar sus tipos de interés en la reunión que mantuvo este pasado miércoles. Se une así al Banco Central Europeo, y a prácticamente todos los otros bancos centrales del planeta, en su movimiento coordinado por aumentar la laxitud crediticia dentro de nuestras economías. La cuestión, sin embargo, sigue siendo la misma de siempre: ¿qué esperan conseguir estas instituciones monetarias con su política ultralaxa, salvo acaso que aquellas personas y empresas, insuficientemente solventes como para endeudarse, se vean incentivadas finalmente a endeudarse? No, en lugar de seguir rebajando los tipos de interés para alimentar el sobreendeudamiento deberíamos estar impulsando reformas estructurales que hagan que resulte mucho más atractivo invertir. A los políticos, sin embargo, siempre les resulta más cómodo que el banco central les saque las castañas del fuego, aun a costa de mayores quebrantos futuros.