Opinión

Entender la Justicia

Por más que me esforzaba no lo lograba. El periodista empeñado en dividirnos a los jueces en conservadores y progresistas, insistiendo en éste qué es, y qué aquel otro, y todo para vaticinar por dónde irá la sentencia del «procés». Y yo insistiendo que ese no es criterio válido, que un juez podrá pensar así o de otra manera, pero que cuando hay profesionalidad –y hay mucha– esos distingos sobran.

La visión de mi interlocutor tiene sus causas y no son otras que esa mezcolanza que preside nuestra vida política y judicial desde hace ya mucho tiempo: las resoluciones judiciales o, más aún, la actividad judicial en su conjunto, se aborda en clave de crónica política. Y metidos en esa lógica ya podrá un juez esforzarse en ofrecer los más enjundiosos razonamientos jurídicos, que todo se analizará desde una lógica que toma al juez como uno más en la lucha política.

No digo que una sentencia no influya en el devenir político, sólo digo que responde a otra lógica. Un juez no es un activista y atendiendo a la media de edad de la Judicatura hemos aplicado leyes de Franco –algunas aun vigentes– de la UCD, leyes socialistas y del PP; más leyes autonómicas del PNV o de CiU o de otros partidos. Lo que opinemos como ciudadanos sobre ellas es indiferente, lo que cuenta es que las cumplamos y las hagamos cumplir. Creo que a todos conviene que los jueces actuemos así, sin manipularlas o retorcerlas para ajustarlas a nuestra ideología u opinión política.

Desde esta lógica no sé qué es más molesto, si la crítica o el elogio al juez. Me explico. El juez está acostumbrado a que se discrepe de sus decisiones: es lo propio del debate jurídico; pero si la discrepancia tiene tintes políticos, la credibilidad y respetabilidad de lo que decida dependerá del rigor de sus razonamientos: si responden a una lógica de la que se deduzca que resuelve el conflicto no en términos de oportunidad, sino desde el rigor propio del debate jurídico, según criterios de legalidad, dando a esta su más amplio sentido. Por eso afirmo que si lo decidido respeta y es coherente con lo esperable en Derecho, la crítica con tintes políticos será inevitable, pero resbalará.

Pero desde la lógica política e ideológica también puede venir la alabanza, algo envenenado si se alaba al juez no por su profesionalidad, sino porque coincida con las tendencias políticas o ideológicas del alabador. Y ese veneno llegará al ciudadano, que quedará satisfecho no porque haya jueces profesionales e independientes, sino aguerridos, capaces de convertir en sentencia la prédica de su editorialista o de su histérico radiopredicador de cabecera. Y si se aparta será tildado de traidor.

Se me dirá que padezco de un angelismo insoportable, o que mi visión de la Judicatura padece de un simplismo equiparable al que critico. Asumo el riesgo. Y lo asumo porque admito –es más, no he dejado de criticarlo públicamente– que sí hay jueces que solos o en asociación, confunden un juicio prudencial con la pertinencia politizada o que solos o asociados se apuntan al activismo o que solos o asociados se consideran políticos togados. Pero que esa sea la excepción, reafirma la regla general.

Formalmente España es una democracia consolidada, pero aún muy endeble como democracia madura, en parte porque no se sabe captar ni respetar las reglas del juego y una es respetar –y para no pocos comprender– al juez y su lugar cuando incide en la pelea política. Esto explica que no pocos deseen no a un juez que eleve la calidad jurídica de nuestra convivencia, sino a un cómplice que satisfaga sus tendencias políticas o ideológicas y que para eso asuma un protagonismo social o político que no le corresponde, llenando el vacío que dejan aquellos políticos a los que sí les es exigible ocuparlo.

Sobre la inminente sentencia del «procés» –como otras bien recientes– se opinará hasta la extenuación y muchos lo harán como valoran los mítines de fin de semana. Será inevitable, pero también deseable un mínimo de comprensión jurídica en el análisis, algo difícil en un país tan pasional, tan amigo de las reglas si benefician y enemigo si perjudican.