Opinión

Camarada Pablo Iglesias

Pablo Iglesias no se ha dado por enterado de la resolución del Parlamento Europeo que al fin consideró que los crímenes del comunismo y el nazismo son iguales de execrables. Mucha memoria histórica en España y en Rusia aún se veneran los restos de Lenin y el régimen totalitario soviético como muestra de que aquella sangre derramada forma parte de los cimientos de su orgullo. Pedro Sánchez, en su afán por conseguir el Premio Nobel de la Paz, podría enviar una misiva a Putin recordando todo aquello que Franco no se atrevió a consumar. El que iba a ser su socio de Gobierno y hoy camina como un apestado en una villa medieval, recuerda al Che Guevara, carne de póster, en el 52 aniversario de su fallecimiento sin que note que le rodean las telarañas y el hedor de los muertos. Es coherente. Iglesias es un comunista que no pedirá perdón por las atrocidades de sus maestros sino que rinde homenaje camarada a tipejos que causaron tanto sufrimiento que no habrá días para redimirlo en el tiempo que nos quede en este mundo. El Valle de los Caídos es una lápida para España mientras los héroes rojos caminan con los chapines de Dorita en «El mago de Oz» que conducen al más cruel de los engaños. El Che es un icono en camiseta que no dudó en coger la pistola y asesinar a los compañeros que dudaban de la revolución. Qué pregunte a los familiares de las no menos de doscientas personas, algunos historiadores hablan de miles, que ajustició tras la revolución de los barbudos en la cubana fortaleza de La Cabaña. «Ante la duda, mata», un buen eslogan de campaña electoral. Era un machote el tío. Heteropatriarcal, ese palabro que tanto gusta deglutir a la izquierda patria, tan homófobo que internó en campos de trabajo a los homosexuales porque eran «pervertidos» y contrarios al ideal del «hombre nuevo». Para que ahora se apunten a la cabecera de las manifestaciones del Orgullo Gay. Fidel Castro siguió el ejemplo a rajatabla. Persiguió, entre otros, al escritor Virgilio Piñera y desahució hasta que sudó dolor a Reynaldo Arenas. Hubo un momento en que la casa de Cabrera Infante se convirtió en un refugio para aquellos «pájaros». Así lo contó el autor de «Tres tristes tigres» y «Mea Cuba», que abandonó la isla como pudo un 3 de octubre de 1965. El Che acabó probando su propio odio, fusilado en Bolivia. Pablo Iglesias revive una experiencia retrógrada por la que habría que llamarle la atención en el Congreso. ¿Cómo puede Su Señoría arrodillarse ante un Santoral de monstruos?».