Opinión

Cómo deberíamos mejorar nuestro Impuesto sobre Sociedades

Pablo Casado ha anunciado que, si llega a la Presidencia del Gobierno tras las elecciones generales del próximo 10 de noviembre, pretende impulsar una «revolución fiscal» en nuestro país. Una de las patas de ese profundo cambio en el marco tributario vendría en forma de una rebaja del tipo impositivo del Impuesto sobre Sociedades, desde el actual 25% al 20%. Con ello, el líder de los populares pretende relanzar la inversión empresarial en un contexto en el que languidece, debido a la desaceleración económica.

Y, ciertamente, un menor tipo impositivo contribuiría a retener capital interno y a atraer capital externo: reducir el grado de expolio fiscal sobre las empresas facilita su multiplicación. Ahora bien, no pensemos que la única o la más importante de las mejoras que puede implementarse sobre el Impuesto de Sociedades pasa por abaratar su gravamen. Hay otros cambios de los que muy pocas veces se habla y que son, al menos, tan relevantes como recortar su tipo. No en vano, la prestigiosa Tax Foundation acaba de publicar esta semana su ranking anual de competitividad fiscal y los países que encabezan la clasificación con el mejor Impuesto sobre Sociedades son Estonia y Letonia: dos sociedades con tipos del 20% y, por tanto, bastante superiores a los de otras economías como Irlanda (12,5%) o Hungría (9%). ¿Por qué entonces tienen mejores Impuestos sobre Sociedades que otros países con tipos más bajos? En esencia, por tres razones.

Primero, en Estonia y Letonia las empresas sólo pagan impuestos sobre los beneficios que distribuyen a sus accionistas, no sobre los que reinvierten internamente. De ese modo, se evita penalizar la autofinanciación empresarial. Asimismo, y justamente porque las compañías ya abonan impuestos sobre las ganancias distribuidas, los dividendos que reciben los accionistas están exentos de tributar. En caso contrario, el accionista pagaría impuestos dos veces sobre el mismo concepto (tal como sucede hoy en España).

Segundo, en Estonia y Letonia las empresas pueden compensarse, a efectos fiscales, los beneficios presentes con las pérdidas pasadas o con las futuras. Es decir, si una empresa ha perdido un millón de euros en el pasado y este año gana un millón de euros, entonces no paga nada por el Impuesto de Sociedades. A su vez, si una empresa gana un millón de euros este año, paga el Impuesto de Sociedades y el próximo año pierde un millón de euros, el Estado le reintegra el impuesto que sufragó. La razón de todo ello es bien sencilla: aquellas empresas que ganen un millón de euros y luego pierden un millón de euros, en realidad, no han ganado nada, por lo que no deberían pagar impuestos sobre unas inexistentes ganancias.

Y tercero, en Estonia y Letonia las compañías cuentan con plena libertad para decidir los plazos de la amortización fiscal de sus activos: es decir, si una empresa invierte a comienzos de año un millón de euros en una máquina y, al final el año, gana tres millones de euros, puede optar por considerar la inversión en esa máquina como un gasto íntegro del presente ejercicio, de modo que sólo pagaría impuestos sobre ganancias netas por valor de dos millones de euros.

En definitiva, si el PP desea reformar en profundidad el Impuesto sobre Sociedades no ha de contentarse con rebajar el tipo, sino que ha de limitar la base imponible a los beneficios distribuidos, ha de permitir compensar las bases imponibles negativas a pasado y a futuro, y ha de autorizar la libre amortización de activos. Todo ello colocaría a España a la cabeza de la competitividad fiscal en materia de Impuesto sobre Sociedades.