Opinión
Del "oasis catalán" al burdo chantaje al Estado
Asisto,
con tristeza infinita, a lo que muchos barruntábamos que podría
suceder en Cataluña tras el fallo del Tribunal Supremo contra los
condenados por el llamado
‘procés’,
pero que jamás hubiéramos querido narrar o analizar en los medios:
una oleada de protestas violentas y un campo de batalla político que
abona, de forma dramática, la precampaña electoral de cara al 10-N.
Tal
vez quien mejor haya resumido lo que está sucediendo en Cataluña en
los últimos
días,
sea uno de los fundadores de Ciudadanos, Arcadi Espada, desde su
aguda perspectiva de veterano analista: 'El problema de Cataluña
solo es uno. El problema de Cataluña es que su élite
política
y gubernamental se ha levantado contra un Estado democrático. Y eso
no tiene solución
política.
Ninguna. Eso es, exactamente, la guerra... sin tiros, con bebés en
las carreteras, como han puesto, pero una guerra violenta, porque la
violencia es siempre la quiebra de la ley'. No hay un problema
político, hay un problema de ley, sigue diciendo aceradamente
Espada.
Un
poco de historia: dolorosa y poco ejemplar, pero necesaria
Nada
más,
pero tampoco menos, añadiría
yo. No está de
más
recordar que en el trasfondo de este análisis se encuentra el ya
famoso 3 por ciento y los miles de millones que, según han ido
apuntando las distintas investigaciones policiales y las consecuentes
instrucciones judiciales, se fueron detrayendo de las arcas públicas
durante años.
Aún
recuerdo cuando muchos en España
creían
en aquel famoso 'oasis catalán'... y cómo desde que Pascual
Maragall descorriera el velo en 2003 en aquel histórico
enfrentamiento que mantuvo en el parlament con Artur Mas, nos fuimos
enterando de lo que iba en realidad aquel invento. El cénit llegó,
todos lo recordamos, con la confesión del hasta entonces
‘Honorable’,
el expresident Jordi Pujol, de todos sus chanchullos.
Lo
que ha venido después no ha sido más que un cúmulo de desgracias
para Cataluña y para el resto de España. Desgracias que se resumen
en vulneraciones de la Constitución y de la legalidad vigente,
comportamientos delincuenciales de parte de la clase dirigente de
aquella comunidad, rematados en surrealistas declaraciones de
independencia, con minúsculas, en referendos ilegales y en la
necesidad por parte del gobierno central -Rajoy con el apoyo de los
constitucionalistas- de medidas de excepción como el famoso 155 de
nuestra Carta Magna. Una espiral que ha culminado, como corresponde
en un Estado de Derecho, con mayúsculas, en un juicio y condena por
el Tribunal Supremo de los autores intelectuales de esta locura. Una
condena discutida, blanda para muchos y dura o injusta para algunos
que ha incendiado, literalmente, las calles de Barcelona en la última
semana, convirtiéndola en una suerte de Belfast del
Mediterráneo....¡Ya
sé que muchos criticarán por exagerada mi comparación, sin embargo
en algunos momentos de las últimas cinco noches, los catalanes han
sufrido el miedo de las calles del Ulster!
¿Refriega
política?
¡Menuda
novedad!
Sentado
lo anterior, nos encontramos en este momento con un gobierno central
en posición de franca debilidad por su situación de interinidad,
una oposición capitaneada por el PP y Ciudadanos que, desde una
posición de Estado, reclaman a Sánchez
más
contundencia y piden la aplicación de la Ley de Seguridad Nacional,
los primeros, y la reedición
del artículo
155 de la C.E. los segundos. Frente a todos ellos, claro está, unos
dirigentes autonómicos que lejos de condenar, echan más
leña
al fuego del que considerar 'el conflicto catalán'.
Resultan
patéticos
los intentos de Quim Torra -que debería haber dimido ya por dignidad
y decencia democrática- de tratar de ponerse en contacto telefónico
con el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, que no atiende sus
llamadas. Solo lo hará,
señalan
portavoces gubernamentales, cuando condene los actos violentos.
Parece sencillo y obvio, ¿verdad? Pues el todavía president de la
Generalitat se niega a hacerlo. O más
bien, lo hace a su manera. Dicen en el Palau que condenan 'todo tipo
de violencia', equiparando así
de
forma implícita
los disturbios callejeros con una presunta 'violencia' ejercida por
el Estado español contra el pueblo de Cataluña. Esto lo hemos
vivido ya en los años ochenta y noventa en el marco del aquel
discurso político 'abertzale' que daba cobertura a los atentados de
ETA. No estoy comparando ambas realidades ni estoy de acuerdo, al
cien por cien, con quienes hablan abiertamente con una
'batasunización' de los dirigentes políticos de esta comunidad;
pero que se han radicalizado al mismo compás en el que se ha ido
desinflando el 'procés', como quimera irrealizable, me parece
evidente.
Poco
importa a Torra, y mucho menos al fugado y prófugo Puigdemont, el
daño emocional y también
económico
que estos disturbios están provocando al pueblo y la gente corriente
de la calle, a millones de ciudadanos a los que dicen representar y
de los cuales seguro que muchos les hayan votado alguna vez. En lo
que están estos personajes es su particular huida hacia adelante, en
un proceso que nunca fue real, tan solo un gran engaño masivo, y que
les acabará conduciendo,
al primero al ostracismo político
y al segundo, tarde o temprano, a una celda.
Menos
aún
les importan demostraciones de oxigeno democrático como la
protagonizada el domingo por Ciudadanos y sus líderes,
Albert Rivera, Inés
Arrimadas y Lorena Roldán, que el domingo llenaron la Plaza de Sant
Jaume de miles de catalanes demócratas que evidenciaron que más de
la mitad de la sociedad de aquella querida comunidad no se dejará
amedrentar, y que las calles no son patrimonio de los violentos.
¿Violencia?
Sí, pero cuidado con las simplificaciones
Es
evidente que no puede entrelazarse al extremo el objetivo político
de la independencia con la violencia, menos aún con la violencia
extrema vivida estos días.
Hacerlo supondría
incurrir en la simpleza populista y en una deformación de la
realidad. Aunque una parte del independentismo radical sí sea
extraordinariamente violento.
Todas
las fuentes policiales consultadas señalan que buena parte de los
salvajes que estos días tratan de incendiar las calles de Barcelona
no se nutren solo de filas de los llamados CDR, sino que provienen
también de grupos anarquistas y antisistema llegados de otras partes
de España y de algunos países
europeos. El fenómeno no
es nuevo... esta película ya la habíamos
visto antes.
Para
añadir
más
elementos a este explosivo cóctel,
el catedrático de Sociología,
Francisco Javier Elzo, ha señalado
una derivada extraordinariamente interesante, en el marco general de
ese nuevo tiempo en el que vivimos, frívolo, inmediato y superficial
a veces, y en el que se han educado millones de jóvenes; según
Elzo, se está evidenciando un nuevo tipo de 'violencia lúdica', en
la que el objetivo no es la propia violencia en sí misma y mucho
menos político
sino de mero divertimento, de adrenalina fácil
y de poder contarlo: 'Yo, estuve allí'.
Nadie
sabe cómo se van a desarrollar las próximas horas, los próximos
días,
tanto desde el punto de vista político
como de orden público
y de seguridad en las calles. Quiero y deseo que sean ciertas, no lo
dudo, las proyecciones gubernamentales, las del ministro Grande
Marlaska en particular, que apuntan a un paulatino decrecimiento de
los hechos violentos. Ojalá, Pero me temo que será necesario mucho
sentido común, mucho ‘seny’
por parte de todos y mucha generosidad y altura de miras -me refiero
sobre todo a la necesaria unidad de los constitucionalistas- de cara
a sentar las bases de la resolución de una situación que está
costando demasiado dolor y demasiadas lágrimas.
¡Señores
políticos, por favor, siéntense a hacer política con mayúsculas!
¡No
conviertan esto en un nuevo campo de enfrentamiento electoral! Se lo
pide un analista político, pero sobre todo un ciudadano al que estos
días también
le duele Cataluña
y le duele España.
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