Opinión

Mesa compartida

Durante meses los dirigentes y los afines a la cúpula de Ciudadanos se dedicaron a tratar a los cuadros y a los electores de Vox con la misma arrogancia y el mismo desprecio –estoy por escribir el mismo racismo– con el que los nacionalistas catalanes y vascos tratan al resto de los españoles. Frikis, seres primitivos, analfabetos, atrasados… Como consecuencia, el 10-N la minoría exquisita de C’s obtuvo diez escaños frente a los 52 del deleznable y fanático pueblo «voxista». Resulta por tanto difícil de entender el razonamiento según el cual Vox debía ceder un puesto en la Mesa del Congreso a unos seres superiores… que, para colmo, los han necesitado para empezar a gobernar.

Sí se comprende, en cambio, que el PP propiciara la maniobra. Por interés en atraerse a C’s y para intentar recomponer la unidad del centro derecha. Aun así, antes de lanzarse a las grandes estrategias valdría la pena intentar entender lo ocurrido.

Vox no tiene la menor aspiración de acabar con el régimen constitucional y no es por tanto, a pesar de la propaganda, un partido de ultraderecha. Sí que es un partido de derechas. De derecha radical, visto desde la perspectiva más «centrada» del PP, o, pura y simplemente, de derechas desde su propia perspectiva. En él confluyen núcleos minoritarios de integristas católicos e ideólogos contundentemente conservadores (existentes desde antes de su formación), pero también cerca de cuatro millones de electores, muchos de ellos huérfanos ante la evolución de su anterior representante político –el PP– desde 2008. El levantamiento secesionista catalán acabó por impulsar un partido todavía en trance de construcción, dada la velocidad de los acontecimientos, y que aspira a elaborar una alternativa a la hegemonía de la cultura progresista aceptada –según esta perspectiva– por el PP y promocionada por los «happy few» de C’s. Aunque hay fundamentos claros –Monarquía, parlamentarismo, soberanía y unidad nacional– quedan por perfilar muchos elementos.

Por todo eso, es imposible que el PP y Vox puedan emprender de momento la reconstrucción de la «casa común». Sí que pueden consolidar sus respectivas propuestas, y aunque no podrán dejar de competir y de estar pendiente el uno del otro, lo mejor sería que cada cual imaginara y profundizara en lo que le resulta propio. Es a partir de ese trabajo como se llegará, quizás, a una reformulación de un posible nuevo centro derecha.