Opinión

Desastre o mutación

Después de 37 años de bipartidismo imperfecto, o cojo, y otros cuatro de parálisis legislativa y gubernamental, hemos llegado a una situación política inédita. A grandes líneas, encontramos dos bloques muy fuertemente divididos por el eje, al parecer indestructible en nuestro país, entre izquierda y derecha. Cada uno aparece compuesto por otras dos organizaciones. Por un lado están PSOE y Podemos, sin que se sepa muy bien cuál es, fuera de la retórica, el más radical. Y por otro, Vox y PP, con el primero encabezando una nueva agenda ideológica y el segundo aún desconcertado y en plena mutación a algún lugar que alguien, entre los cuadros dirigentes, sabrá dónde está. En medio (que no en el centro) ha quedado un partido que quiso ser la respuesta catalana al nacionalismo, aspiró a suplantar al PP y parece ahora en trance de convertirse en uno de esos grupos liberales minoritarios y finos, característicos de la Europa del norte, más o menos relevantes según las circunstancias, su propio liderazgo y la situación de los demás.

Los antiguos nacionalistas, que durante 37 años sirvieron de muleta al bipartidismo, están lanzados a una nueva empresa en la que exigen el reconocimiento de su identidad nacional. Así se vuelve a poner sobre la mesa la antigua pregunta acerca de lo que es España. Y por si el panorama no fuera ya suficientemente complicado, están los regionalistas (desde los cántabros a los canarios pasando por los turolenses) que, sin aspirar a la construcción nacional, practican su particularismo, con la evidente voluntad de arrancar privilegios aprovechando que en estos 41 años la idea de España nunca ha sido cultivada ni promocionada por el Estado. Pero no sólo se ha roto el bipartidismo. También el relativo equilibrio entre la izquierda y la derecha. La izquierda española, en particular el socialismo, se distingue de sus correligionarios del resto de Europa por la aversión que siente hacia la idea de nación. Así se llega al acercamiento, disfrazado de «diálogo», con los nacionalistas y los independentistas, que ven en los partidos de centro derecha un peligro para sus aspiraciones. Ahora, con el levantamiento independentista derrotado ante los tribunales, ante la opinión pública y en la vida política, los socialistas, como ya hicieron con el terrorismo, les están concediendo una victoria histórica a los nacionalistas catalanes. Les han cedido el paso para la gobernación del país que quieren destruir. Por si fuera poco, el centro derecha, salvo en momentos especiales, abandonó la enseñanza y la producción de ideas a la izquierda. Esta no domina ya del todo la vida intelectual, pero sí los valores de la mayoría social. Empezar a romper esta hegemonía ha requerido la aparición de un nuevo partido, caracterizado por cierta contundencia dialéctica, que ha dividido a la derecha y ha sido utilizado por el PSOE para recuperar la iniciativa.

Nos encontramos en un momento terminal e inaugural. Terminal, porque estamos a punto de enterrar equilibrios que entraron en coma hace cuatro años, después de la última mayoría absoluta del PP. E inaugural, porque desde la perspectiva de la izquierda nos disponemos a poner en marcha un experimento que corregirá por fin ese fracaso llamado nación española, y permitirá una España reconciliada con su diversidad plurinacional, mediante un instrumento, todavía por desvelar, que Sánchez llama «pacto entre diferentes». Algo parecido ocurre en la derecha, que ha dejado atrás una larga etapa de unidad y se enfrenta a otra de división.

Aun así, la sensación de desequilibrio favorable a la izquierda resulta engañosa. El experimento del PSOE ha sido ya ensayado, con resultados desastrosos. Indica más una pulsión suicida, movida por la incapacidad para romper con obsesiones ideológicas de hace más de un siglo, que un impulso renovador. Por su parte, la división de la derecha, sin remedio a la vista, podría servir de acicate para dejar atrás décadas de desierto ideológico y cultural. Es una situación no explorada, en la que el centro derecha cuenta con grandes bazas y para la que la competencia, gestionada con algo de sensatez, podría no ser negativa. Entre tanto, habrá que abrocharse los cinturones. Vienen marejadas y melodramas de alto voltaje esperpéntico.