Opinión

La resistencia es fútil

«La resistencia es fútil», sentenciaban los temibles borg de Star Trek cuando encontraban por la galaxia una civilización a la que pesaban merendarse. «La independencia es irreversible y un nuevo referéndum inevitable», dicen que dijo el delincuente Junqueras desde la trena. Observen los paralelismos. Merece la pena. Entre otras cosas porque igual que sucedía con los alienígenas el sedicioso da por hecho que la oposición a sus designios está sentenciada. Y lo dice tras concluir flamenco que el referéndum es cosa hecha y el resto va de suyo. No le faltan buenas razones. Una vez que el gobierno de turno acepte la celebración del plebiscito habrá concedido que el sujeto de la soberanía política ya no es el pueblo español sino una parte. Eso sin contar con la pijada de que sería imperativo reformar la Constitución y ya me dirán de dónde piensan sacar las mayorías necesarias. Pero todo se andará en el gobierno Frankenstein. Si total. Si ya tenemos a los emisarios de turno dispuestos a explicar a la Abogacía del Estado que a lo mejor no fue suficiente con variar la calificación, sedición por rebelión, durante el juicio, y tocaría un detalle, un guiño, un gesto, con el jefe de la organización criminal, sentenciado en firme, que puso en marcha el experimento golpista. Lo anunciaba la urraca de Moncloa, Carmen Calvo, cuando explica que el gobierno quiere «ayudar» al Supremo a cumplir con la orden de los ropones de Luxemburgo. La dama, que manipula datos y hechos con salero irreemplazable, no olvidó aludir a la extrema derecha, que había salido a gritar que «esto es un ataque a la soberanía española y es justo lo contrario, esto es soberanía española, también soberanía jurisdiccional de nuestro país». No, mire, señora, lo que constituye un ataque contra la soberanía nacional, de la dignidad ni le hablo porque los embustes moralistas se los dejo a ustedes, es asomarse a las celdas para bailar con el nacionalismo más corrupto. Lo que no tiene un pase es prometer al insurrecto Junqueras beneficios y hasta el consuelo de la Abogacía, que volvería a chocar con el criterio de los fiscales para hundir nuestro crédito internacional. Contar mentiras está muy feo. Hacerlo a costa de la soberanía, mientras ensayamos la fórmula para ganarse a las escuadras supremacistas y tensamos otro poco las cuadernas del Estado, resulta obsceno.