Opinión

Bajo la tiranía del militante

Salvo sorpresas, mañana Pedro Sanchez será investido presidente del Gobierno de España por obra y gracia de una irrefutable suma matemática en el Congreso, fruto de uno de los pactos más humillantes para el conjunto del Estado y más inquietante para la salvaguarda de la integridad territorial de una de las más viejas naciones de Europa. El pacto de gobierno con Unidas Podemos no deja de resultar preocupante desde el punto de vista económico, sobre todo por la incapacidad de los populismos para explicar de dónde van a sacar el trigo que predican, pero es el acuerdo con ERC forjado con la interlocución de una cárcel el que ha reventado no pocas costuras, en el colmo del desprecio a la división de poderes incluso filtrando a Lledoners la posición de la Abogacía del Estado sobre la excarcelación puntual de Junqueras antes incluso de dar conocimiento al Tribunal Supremo. Un pacto que, a tenor de lo que vamos conociendo deja la figura del «relator» y los escandalosos acuerdos de Pedralbes a la altura de una mano de parchís. Sánchez ha conseguido cerrar su particular circulo virtuoso amordazando al partido históricamente con mayor protagonismo de corrientes internas y territoriales y lo ha hecho sublimando en beneficio propio el poder de la militancia a través de un sistema de sufragio que le deja manos libres y poder absoluto para hacer o deshacer a espaldas de los órganos de dirección. Pero la cuestión no pasa tanto por una formación de 140 años sin pulso y cuyo camino hacia la irrelevancia puede ser más irreversible de lo que parece, como por la incidencia directa de lo decidido por unos pocos miles de militantes de base en su inmensa mayoría muy «cafeteros» sobre el destino de los restantes millones de españoles. El número único de la ruleta sobre el que Sanchez ha depositado todas sus fichas –y con ellas las del futuro del conjunto de los ciudadanos– pueden ser muy aplaudidas por los irredentos afiliados, pero difícilmente asumidas –sondeos en mano– por una masa de votantes del PSOE que hoy, a horas para el éxito de la investidura deben de estar preguntándose ¿Por qué no otra oportunidad de rectificar aun a costa de terceras elecciones?

Ahora se nos brinda una realidad trufada de pesadilla en la que 45 millones de españoles se levantan cada mañana con la inquietante expectativa de ir conociendo por goteo lo que el partido con mayoría minoritaria ha negociado con quienes representan a los otros dos millones restantes que son los separatistas. La cuestión no pasa tanto estos días por lo que se haga o se diga dese los altos órganos del Estado o desde quienes representar el sentir mayoritario de toda una nación, como por las asambleas de militantes de partidos soberanistas léase ERC, Bildu, la CUP o el «democrático» sistema de inscritos en Unidas Podemos. Todo muy peronista, muy bolivariano, muy a la medida de repugnantes discursos que reivindican a Otegui o piden la impugnación del «régimen del 78» desde la tribuna del Congreso. Pues va a ser cierto Rufián, «si no hay mesa… no hay legislatura».