Opinión
Un Gobierno contra la mitad de España
Pedro Sánchez ya es presidente. Ha sido un candidato agónico que hasta el último minuto, y por dos votos, no ha conseguido la confianza del Congreso. Es el presidente que accede a la jefatura del Gobierno con menos diputados a favor, apoyos que, además, tienen un valor simbólico que abre incógnitas preocupantes sobre el futuro y la estabilidad del país. Esta es una debilidad política que le ha obligado a buscar unos aliados que, por primera vez, se sitúan fuera de los partidos constitucionalistas. Las tres jornadas de investidura, los días 4, 5 y la de ayer, han sido la escenificación de que entramos en una nueva etapa política desde la Transición: una alianza del PSOE y la izquierda populista con independentistas catalanes y vascos. Hay que decir que el espectáculo ha sido deplorable y triste a partes iguales, porque a falta de exponer un programa sobre los asuntos clave que afectan al país –desaceleración económica, reformas para paliarla, educación, sanidad, bienestar y la crisis territorial en Cataluña–, fue una sucesión de consignas con adornos de cursilería realmente difíciles de digerir. Rotos los límites del consenso fundamental de la Constitución y de la racionalidad política, se abrió un espectáculo de pura sentimentalidad populista a la que no faltaron las inconsolables lágrimas del Pablo Iglesias. A los largo de estos tres días, Sánchez puso en el centro de la Cámara un «monstruo» llamado La Derecha al que todos sus socios, sin excepción –Unidas Podemos, ERC, PNV, Bildu–, con más o menos infantilismo, pero todos compartiendo ese odio atávico que el populismo ha inoculado hasta en partidos tan de orden y devotos como el nacionalista vasco, golpearon en un aquelarre antipolítico que dejará huella. Todos han tenido su momento y recibieron el aplauso del mismísimo Sánchez, que incluso agachó la cabeza sumisamente ante ataques tan indecentes como los de ERC –le llamó «verdugo» a la cara del candidato por su papel en Cataluña– y los proetarras de EH Bildu, que insultaron gravemente a las instituciones del Estado, al Rey y a nuestra democracia. Fue un espectáculo triste porque va a costar coser lo que este pacto ha destrozado y, lo más sangrante: el PSOE actuando como maestro de ceremonias.
Ahora toca digerir lo que ha sucedido y reparar, por el bien del país, esa fractura abierta y que representa a la perfección un frentismo propio de los años treinta. Sánchez ha alcanzado su soñado objetivo y jurará hoy como presidente del Gobierno ante el Rey, pero ahora, dejando atrás en lo posible lo que hemos visto estos tres días, debe asumir la responsabilidad de ser el presidente de todos los españoles. Es decir, de los que están a favor del pacto con los independentistas y de los que son contrarios, que electoralmente supone la mitad de la población. La animadversión que el propio Sánchez ha demostrado hacia el PP –ni siquiera estuvo a la altura cuando Pablo Casado le estrechó la mano al ganar la votación– es un mal ejemplo y, sobre todo, estéril. El nuevo presidente ha dado un giro de ciento ochenta grados a su alianzas, pero poco podrá hacer si quiere abordar reformas en profundidad, ni tocar la Constitución, sobre todo en Cataluña, sin el concurso del PP. El líder de los populares le preguntó a Sánchez en la primera sesión del debate cómo pensaba afrontar el recorte de 7.800 millones de euros para 2020 que le exigía la Unión Europea. No supo qué contestar. Utilizó la consabida subida de impuestos, pero sin especificar nada concreto, sólo el mantra de la marca podemita del «impuesto de los ricos». Ese será un tema que el nuevo Gobierno deberá afrontar y de nada servirá la agitación demagógica empleada estos días. Ni un minuto empleó el candidato socialista en la reforma de las pensiones que, por cierto, ambos partidos habían dejando muy adelantada en la pasada legislatura para cerrar la brecha entre ingresos por cotizaciones y gastos en un plan de cinco años. ¿El nuevo giro de PSOE –que Adriana Lastra interpretó con un izquierdismo bochornosamente iletrado– supone que se aparca este reforma? Sin embargo, Sánchez puede crear un peligroso agravio entre comunidades, si hace una quita de la deuda en Valencia para pagar el voto de Compromís, en contra de otros gobiernos que han sabido ajustar con rigor sus cuentas, aunque estén gobernadas por el PP. Por lo tanto, la fiesta del frentismo de estos días debería terminar y empezar a gobernar en serio.
En próximo día 22, ERC le reclamará la formación de la «mesa bilateral de diálogo, negociación y acuerdo para resolución del conflicto político», al cumplirse los 15 días exigidos, órgano desde el que saldrá la propuesta que, posteriormente, lo catalanes deberá votar en un referéndum. Este será el primer compromiso que el presidente deberá cumplir. Ayer, una diputada de ERC dijo desde la tribuna que le «importa un comino la gobernabilidad». Es lógico y coincide con el sentimiento interno de un partido cuyo objetivo es la desestabilización del Estado para tener mejor posición de fuerza en sus objetivos secesionistas. Con lo que no han contado es con que Sánchez ha roto amarras con la verdad, de lo que ha hecho toda una filosofía política. Si ha llegado a La Moncloa después de pactar con aquellos de los que había renegado y calificado de «peligro» y «antidemocráticos», nadie descarta que vuelva a mentir. Es lógico, por lo tanto, que esta legislatura esté condicionada por dos hechos: unos socios abiertos enemigos de la Constitución y un presidente para el que la palabra no tiene valor alguno.
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