Opinión

San Anselmo de Canterbury

Nació en Aosta en 1033 y murió en Canterbury en 1109. Abad benedictino de Santa María de Bec (Normandía) y sucesor de Lanfranco en el arzobispado de Canterbury (1093). Fue desterrado por Guillermo el Rojo y más adelante por Enrique I Beauclerc del Estado de Normandía, conquistado y organizado por Guillermo el Conquistador, duque de Normandía. Fue un prelado de gran cultura, demostrada en su controversia con Roscelino y Gaunilo, destacada por su profundidad doctrinal en la historia de la recién nacida Escolástica. En la colina del Aventino, en Roma, la abadía benedictina de San Anselmo fue sede de un instituto de estudios superiores que aunaba las actividades que caracterizaron la vida de San Anselmo: oración, estudio del gobierno de Anselmo de Aosta, que le han valido el título de Doctor de la Iglesia.

La personalidad de este personaje se asentó en tres naciones occidentales europeas a las que se siente entrañablemente vinculadas. Monje de intensa vida espiritual, vinculada a la historia espiritual de Italia, Francia e Inglaterra: magnífico educador de jóvenes, teólogo con gran capacidad de análisis y defensor de la libertad de la Iglesia.

Nació en 1033, primogénito de una familia noble, según disponemos en la magnífica biografía de Eadmero («Vita Anselmi»). A los quince años solicitó ser admitido en la Orden benedictina, pero no pudo vencer la radical oposición de su padre. Esto originó un periodo de su vida de disipación moral; se marchó de la casa de sus padres y viajó tres años por Francia en busca de nuevas experiencias. Al llegar a Normandía se dirigió a la Abadía benedictina de Bec, atraído por la fama del prior, Lanfranco de Pavía, que se convirtió en providencial para toda su vida restante. Retomó sus estudios y al poco se convirtió en alumno predilecto y confidente del maestro; volvió a despertar su vocación y a la edad de veintisiete años entró en la orden monástica y fue ordenado sacerdote. En 1063 Lanfranco fue elegido abad y San Anselmo le sucede como prior del monasterio de Bec y maestro claustral de escuela, centrando su formación de educador. Unos años más tarde, San Anselmo será elegido por unanimidad para sucederle como abad (febrero de 1079), tras la muerte del abad Erluino, fundador de la abadía de Bec. Durante el tiempo que Lanfranco de Pavía ejerció como arzobispo de Canterbury le pidió a San Anselmo que pasara cierto tiempo con él para instruir a los monjes y ayudarle en los grandes momentos de la invasión de los normandos. San Anselmo sucederá a Lanfranco en la sede arzobispal de Canterbury en diciembre de 1093.

En esta sede inglesa San Anselmo se comprometió en una decidida lucha por la libertad de la Iglesia y con enorme valentía defendió la independencia contra las injerencias de los reyes descendientes del conquistador y organizador del Estado normando. Los últimos años de su vida los dedicó San Anselmo a dicho proyecto, aun cuando su fidelidad a la libertad de la Iglesia le resultara cara, pagándola incluso con la amargura del destierro, según explica el pontífice Benedicto XVI en la nota sobre San Anselmo publicada en su admirable catequesis sobre éste y los Santos Doctores de la Iglesia, editado por la Conferencia Episcopal Española. En 1103 le costó el destierro de su sede de Canterbury. Sólo cuando el rey Enrique I renunció a las investiduras eclesiásticas, así como a la recaudación de impuestos y confiscación de los bienes de la Iglesia (1106) pudo volver a Inglaterra, donde fue acogido con entusiasmo.

Murió San Anselmo el 21 de abril de 1109. Dice el papa Benedicto XVI que murió acompañado por las palabras del Evangelio en la Santa Misa de ese día: «Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas; yo, por mi parte, dispongo un reino para vosotros, como mi Padre lo dispuso para mí, para que comáis y bebáis a mi mesa en mi reino…» (Lucas 22, 28-30).