Opinión
Aferrado a la silla como presidente florero
En septiembre de 2018 dejó la política harta de los vaivenes de Joaquim Torra y Carles Puigdemont que dejaban el espacio del centro derecha catalán en manos de unos aprendices de brujo. Había formado parte de las listas en 2017 y en marzo de 2018 fue elegida portavoz del PDeCAT, el refugio de aquellos que no quieren tirar por la borda todo un capital político, pero sin agallas para defenderlo. La estrategia de dinamitarlo todo no le gustó, y fue de las pocas que plantó su dimisión. Las circunstancias pudieron con ella y Maria Senserrich dimitió, un verbo que en Cataluña se conjuga bastante poco. Ahora, la misma locura colectiva que la apartó la devuelve al Parlament para sustituir a un Joaquim Torra inmerso en una loca carrera de gallina sin cabeza.
Quiso convocar elecciones cuando la JEC decidió apartarlo. Puigdemont no le dejó. JxCat no tiene candidato y no parece que Puigdemont haya cogido nuevos anhelos para presentarse y volver a Cataluña. Esta opción ya no se lo cree nadie. Ni siquiera él. Como mucho llegará a Perpiñán. Ayer se volvió al mismo escenario, con la evidencia de que Torra está solo ante el peligro. ERC marca la agenda política y no tiene intención de echar por tierra los presupuestos poniendo en evidencia que el Gobierno catalán no existe. Torra abanderó un nuevo intento de desobediencia. Un intento tan estéril como prosaico que no tuvo el apoyo de nadie, a pesar de que los suyos se desgañitaban afirmando: «El que manda es el president». Tanto que en la negociación presupuestaria a lo máximo que llegó fue a fotografiarse con su vicepresidente. Tanto que el secretario general de la Cámara inició los trámites a primera hora para quitarle el acta de diputado. La Junta Electoral de Barcelona asignó el escaño a Senserrich y acto seguido, la Mesa del Parlament ratificó la decisión. Torra se quedó sin escaño por una actitud de «gañán» de tercera fila. Aquel que gritaba que su objetivo era la República que sacaba pecho por poner una pancarta en campaña electoral, y que no supo ni defender la Generalitat, que vaga sin gobierno y sin liderazgo por el marasmo de la política catalana que nada tiene que envidiar a una republica bananera.
Torra si fuera un patriota, como gusta autodefinirse, convocaría elecciones. Su actitud «gañán» ha dejado a la altura del betún a la autonomía catalana y su ansiada república es más que un sueño, una pesadilla. Solo unos pocos irredentos hiperventilados salieron a la calle para defender el Parlament, auspiciados por esa ANC que quiere ser partido pero que en cada incursión en política recibe un sonoro correctivo por la ciudadanía. Solo sus hooligans se avienen a sus performances.
El espectáculo subió enteros. Torra vestido de «zarina ofendida» subió a la tribuna. Los diputados de ERC no le aplaudieron. Ciudadanos aprovechó para hacer una algarada más propia de taberna de baja estofa que del Parlament. Socialistas y Comunes lo dejaron en la estacada pidiendo elecciones y ERC lo abandonó. Lo defendían como president florero, porque Sergi Sabrià lo dejó claro: antes presupuestos, antes leyes, antes diálogo con el Estado, que un presidente diputado aferrado a la silla y con la bandera de la desobediencia estéril. Solo la CUP salió en su defensa para «plantar cara al Estado». No se esperaba menos de los antisistema, todo vale para poner al Estado en cuestión.
Tras el día de ayer, una foto quedó fijada: el independentismo está dividido, el gobierno no existe y la legislatura está acabada. Eso sí, Torra se da un tiempo de vida hasta que el Supremo lo inhabilite del todo. Será presidente nominal y florero. Ayer debía decidir entre votar en el Pleno, entrando así en esa desobediencia que te lleva a los altares independentistas sin más recorrido, o no votar para dejar vía libre a unos presupuestos que dieran sus primeros pasos. Es decir, tenía que elegir entre ser un «gañán» que llevara a la parálisis de la institución que dice defender, o en ser un político que salvara el escollo. También podría haber optado por ser un político con altura de miras, optar por convocar elecciones, la salida más digna, pero eso en Torra como protagonista es un oxímoron. Era mejor culpabilizar a ERC de elecciones y de falta de unidad independentista.
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