Opinión

Sí al Brexit

No tengo claro quiénes son los buenos o los malos en esto del Brexit. De lo que no dudo, es que ni Dickens, ni Oscar Wilde, ni Chesterton, ni Saki, ni Wodehouse ni Joan Butler hubieran celebrado la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea. Inglaterra, piedra angular del insular Reino, siempre se ha sentido más libre separada del continente. Un buen inglés experimenta un cariño y gratitud especial por el canal de La Mancha precisamente por ello. Una densa niebla sobre las islas paralizó a mediados del siglo XX la normalidad cotidiana de los británicos. Se suspendieron los enlaces marítimos y aéreos. Y en el «Times» se interpretó ese desamparo, la situación de sitio, muy a la inglesa: «La niebla aísla al continente europeo». Los británicos han estado en Europa sin estarlo. No admitieron el euro, y siguieron con la libra, los chelines y los peniques. Mantuvieron la circulación por la izquierda. Dos afirmaciones de singularidad. Lo aconsejaba la nueva millonaria madrileña a su hijo, que se había matriculado en una academia londinense para perfeccionar su inglés. –Hijo, antes de cruzar, mira bien a la derecha, a la izquierda, al frente y por detrás, que siempre hay un autobús preparado para atropellarte-.

La Unión Europea se ha convertido en una comunidad socialdemócrata, propensa al pensamiento único, que hiere la sensibilidad de la vieja Inglaterra, donde un conservador jamás oculta sus preferencias, un liberal se mueve entre dos aguas y un laborista no oculta que le encantaría contemplar un incendio devastador en Knithbridge, Chelsea, la totalidad de la City of Wesminster y la mitad de los castillos y palacios de Surrey y Sussex. Cuando fueron abatidos en Gibraltar cuatro terroristas del IRA con británica precisión, las izquierdas europeas se soliviantaron. En Europa, la muerte de un terrorista a manos de fuerzas del Ejército o de Seguridad, enfada mucho a los grupos zocatos, tan comprensivos con el terrorismo, ya sea el del IRA, el de la ETA, la Baader Meinhoff o el yihadista. Y se le exigieron explicaciones a Margaret Thatcher, la «Premier» en aquellas calendas. -¿Ha ordenado usted disparar contra esas personas?-; -No. He sido yo la que ha disparado contra esos terroristas-. Y al día siguiente la noticia importante fue la victoria del Liverpool sobre el Manchester United por cuatro goles a uno.

Tuve la suerte de acompañar a mi madre a los 9 años a Londres. Me fascinó la estética y sus paisajes humanos. Era, todavía, un Londres no colonizado por las Colonias británicas. Los camareros de los restaurantes, además de ingleses, eran españoles o italianos, y al «Maitre» de «Le Coq D´Or» le permitieron ser francés. Ahí fue donde Churchill cenó una noche y su equipo en el Parlamento le solicitó su diagnóstico de calidad.-Bueno, si la sopa hubiera estado tan caliente como el vino, el vino hubiera sido tan viejo como el pavo, y el pavo hubiese tenido la pechuga de la camarera, el restaurante merecería la pena-.

Fuera de las cuestiones y problemas económicos, de los que no entiendo, creo que a Europa le conviene tener un gran Estado europeo que recela de la propia Europa y lucha por separarse aún más de la vulgaridad burocrática de la Unión. Bastante tiene el Reino Unido con la «Commonwealth» para tener que ocuparse de un alemán «verde» que lanza diatribas contra la caza del zorro, que es una cacería de animales contra animales, porque los hombres y mujeres van a caballo y se pegan unos jardazos de puta madre. Con la presión de las izquierdas animalistas de Inglaterra y la Unión Europea, Tony Blair prohibió la caza del zorro, fundamental estética de los británicos, exportada a todo el mundo en lienzos, acuarelas y grabados. Y en pocos meses, la caza del zorro volverá, porque a Johnson no le pisa ni un dedo del pie un ecologista ajeno a sus costumbres.

Pero sobre todo, pienso en Dickens, en Oscar Wilde, en Chesterton, en Saki, en Wodehouse y en Butler y me pregunto. ¿Celebrarían el Brexit? Y como los conozco bien, íntimamente, en profundidad y amistad permanente, me respondo: Sí. Y a lo grande. Con una borrachera al modo del día de la regata entre Oxford y Cambridge.