Opinión

Pedro... España no se rinde

Que nadie se engañe. Aun siendo cierto que Sánchez probablemente pensó de forma equivocada que podría aplacar a la «bestia» del separatismo que le ayudó a llegar al poder y que, en contra de esa expectativa muy probablemente ya ha caído en la cuenta de que su continuidad en La Moncloa depende casi exclusivamente de una paulatina e imparable claudicación ante Waterloo y Lledoners, lo realmente sustancial es que esa claudicación o humillación si prefieren a quien realmente se le está infligiendo, no es tanto a un personaje cuyos escrúpulos políticos hay que buscar con microscopio, sino a la generalidad de unos ciudadanos españoles que contemplan atónitos, casi «grogis» por los primeros golpes recibidos en este arranque de legislatura, cómo se va al traste eso que la constitución –claro, la dichosa Constitución– consagra como la igualdad y la solidaridad entre nuestros territorios. Ergo, Sánchez no se humilla ante el separatismo y los enemigos del Estado, sencillamente humilla a los españoles que no viven en según qué ciudades o comunidades. Que el jefe del gobierno de la nación «es-pa-ño-la» se reúna con la alcaldesa Colau para devolver a Barcelona capitalidades culturales y científicas además de no pocas inversiones económicas no es criticable, todo lo contrario. Pero ya está tardando en sentarse con el alcalde de la capital del Estado Martínez-Almeida a quien no recibe desde su elección, salvo que pretenda alimentar la creciente impresión de que, en su obsesión por contentar a los de la «cuerda» política, lo que acaba por alimentar es lo más parecido a una España de dos velocidades, esa que el pasado viernes en la reunión de consejeros autonómicos con la ministra de Hacienda comenzaba a vislumbrarse en una deriva que tiene que ver con todo menos con los teóricos valores del socialismo español. Comienza también a dar la impresión de que la continuidad del actual gobierno y de Sánchez en La Moncloa está, en la escala de valores del PSOE y de sus actuales dirigentes, por delante de la búsqueda de una solución real, efectiva y duradera a eso que ahora llaman «conflicto político» en Cataluña. Y es que resulta difícil de explicar la estrategia de la «genuflexión» mostrada día tras día frente a los «rufianes» y demás portavoces secesionistas o una agenda del pasado desplazamiento a Barcelona empezando por la entrevista de «igual a igual» con Torra, tal vez pensando –craso error histórico de nuestra izquierda– que dando contento y satisfacción a la reiterada voracidad de los nacionalismos se consigue aplacarlos. Todo lo contrario, cualquier línea roja traspasada para no desairar a Junqueras o Puigdemont y su títere inhabilitado Torra se convierte en inexistente, en una línea borrada sin solución de reversibilidad que inmediatamente da paso a otra con nuevas exigencias. Es la genética insaciable de todo nacionalismo. Y como entendemos que esto el Gobierno de Sánchez lo sabe, entendemos también que le importa un «bledo» frente a la prioridad de perpetuarse en el poder, vender las joyas de la abuela, alimentar una España de dos velocidades y pretender que todos claudiquemos. Va a ser que no.