Opinión

Marxismo cultural (y II)

Hasta qué punto el marxismo cultural apenas no es ni marxismo ni cultural puede verse también en su política exterior. Paséese la mirada por la gente que se dedica a llevar la política exterior en Podemos – más allá de visitas a Venezuela o Bolivia – y se encontrará la defensa de la invasión de Libia, los ataques feroces a Siria y el aplauso a los nacionalistas ucranianos que enarbolan los retratos de Bandera, un aliado del nazismo que fue responsable directo de matanzas de judíos y rusos durante la Segunda guerra mundial. No voy a negar que recibieran dinero de la dictadura bolivariana, pero, al comparar a los nazionalistas ucranianos con el 15-M, seguían en Europa y Oriente medio la misma agenda que el difunto senador McCain. En cuanto a la Unión Europea, ese marxismo cultural – que dicen los ignorantes – defiende un globalismo burocrático que se puede ver en infinidad de conductas. En lugar de pensar en que los trabajadores puedan comer carne ya se nos va diciendo que tenemos que ser veganos y que resulta vergonzoso – ahí tienen ustedes a Joaquin Phoenix – que le robemos la leche a la vaca para echarla en el café y los cereales. En lugar de pensar en la prosperidad para los hijos se idea cómo evitar que nazcan. En lugar de garantizar el bienestar para los ancianos, se abren las puertas a su exterminio en masa mediante la ley de eutanasia. En lugar de buscar la solidaridad internacional de los trabajadores, se sube al tren de una agenda globalista que convertirá a las naciones en meros protectorados de un poder supranacional sin la menor representatividad ni legitimidad democrática. En lugar de la defensa del derecho internacional, lo que habrá es una defensa de según qué intervenciones en favor de según qué intereses. Lo pueden llamar marxismo y cultural, pero no es ni una cosa ni otra. Se trata de la mera propaganda y del simple servilismo ante consignas que vienen de oscuras zahurdas, que no benefician a las naciones y, desde luego, menos aún a los trabajadores. Sí es cierto que los siervos de esa política pueden encuadrarse a la hora de la verdad lo mismo en la izquierda que en la derecha y pasar de simple profesorcillo inestable a propietario de un casoplón. Marx les daría con la plusvalía en el escroto hasta llegar a las Seychelles.