Opinión

Historia de una tradición diplomática

El 10 de febrero todos los diplomáticos rusos celebramos nuestra fiesta profesional. Por extraño que sea el Día del Diplomático apareció en Rusia solo en 2002 en conmemoración de la fundación en febrero de 1549 por el Zar Ivan IV El Terrible del primer organismo estatal para asuntos exteriores (Posolsky prikaz). Sin embargo, esta fiesta ya tiene sus propias tradiciones y costumbres.

Y así es en España. Cada año este mismo día los diplomáticos de la Embajada de Rusia venimos al Cementerio Británico en Madrid para recordar la figura del barón Fiodor Búdberg, el Embajador de Rusia, fallecido en la capital española en marzo de 1916. Su muerte significó simbólicamente el fin de la época de la diplomacia imperial rusa que en el período turbulento de la I Guerra Mundial y la Revolución rusa vivió unas transformaciones drásticas. La tumba del embajador cayó en olvido para muchos años y fue recuperada y restaurada solo en 2015 gracias a los esfuerzos de la parroquia de la Iglesia Ortodoxa Rusa en Madrid y la Embajada.

El barón Búdberg fue nombrado embajador en España en junio de 1909 cuando tuvo ya 58 años. Según los periódicos españoles de aquel entonces, era «un diplomático muy culto que viene precedido de una brillante reputación adquirida en los puestos que anteriormente desempeño; es de estatura aventajada, de arrogante presencia y figura simpática». Llegó a Madrid en una época turbulenta llena de crisis internacionales marcadas por la existencia de la Triple Entente (Francia, Inglaterra y Rusia) y la Triple Alianza (Alemania, Austro-Hungría e Italia). Las relaciones diplomáticas ruso-hispanas tenían carácter regular, aunque los contactos bilaterales eran casi episódicos y de protocolo. Sin embargo, el Rey Alfonso XIII siempre mostraba su gran admiración hacia Rusia y la dinastia Romanov en sus reiteradas reuniones con el Embajador Búdberg. Basta recordar que en 1908 el Rey de España fue nombrado coronel honorario del Regimiento de Olviópol por el Zar Nikolás II a quién, a su vez, le nombraron el coronel honorario del Regimiento de Lanceros de Farnesio.

El estallido de la I Guerra Mundial cambió bruscamente la vida del cuerpo diplomático acreditado en Madrid. España proclamó su neutralidad por lo cual todas las representaciones extranjeras seguian trabajando pero en un contexto nuevo de la desconfianza general y «germanofobia». Acostumbrado a trabajar en los países de habla alemana, el barón Búdberg tuvo entre sus amigos íntimos a los embajadores de Alemania y Austro-Hungría, lo que después le llevó a un drama personal cuando debido a la guerra él tuvo que romper su relación con ellos.

El principal trabajo de la embajada rusa en Madrid fue negociar el intercambio de prisioneros de guerra y la defensa de intereses de los súbditos rusos en los países enemigos. Cabe subrayar que España también asumió la obligación de representar los intereses de Rusia en Alemania y Austro-Hungría. Además, la embajada española en San Petersburgo conjunto con el Ministerio de Asuntos Exteriores de Rusia abrió la oficina de información que acumulaba los datos necesarios para ayudar a los rusos en aquellos paises.

Los problemas causados por la guerra perjudicaron gravemente el estado de ánimo y la salud del Embajador. Según las memorias del consejero de la Embajada de Rusia por aquel entonces, Yuri Soloviov, Búdberg repetía a menudo: «Todo se derrumba». A finales de febrero de 1916 cuando el Gobierno de Rusia tomó la decisión de cesarle para nombrarle luego senador cayó enfermo de pulmonía. El día 7 de marzo el embajador falleció.

El entierro de Búdberg tuvo lugar el día lluvioso de 10 de marzo. Los honores que recibió el embajador en su sepelio fueron, conforme con el Real Decreto correspondiente, los de un Capitán General que fallece con mando en plaza. Su duelo fue presidido por el Infante Don Carlos, en representación del Rey Alfonso XIII, el Presidente de Consejo de Ministros, conde de Romanones, y a ellos asistieron todas las autoridades civiles y militares españolas además del cuerpo diplomático en pleno. Al barón Búdberg le enterraron en el Cementerio Británico porque él había sido protestante y no católico.

Nicolás II expresó su gran reconocimiento a Alfonso XIII por los honores póstumos al Embajador Búdberg lo que destacó una vez más los vínculos estrechos del respeto mutuo y amistad entre ambos monarcas. En 1917 cuando el Zar había sido arrestado por el Gobierno Provisional de Rusia el Rey de España hizo varios intentos de salvarle a él y a su familia, pero es ya otra historia. Después de la Revolución de Octubre los contactos diplomáticos entre Rusia y España se interrumpieron hasta los tiempos de la Segunda República.

La misión de Fiodor Búdberg fue solo un episodio en larga historia de nuestras relaciones bilaterales. Pero por la ironía del destino él permanecerá para siempre como el enviado de Rusia en España y el símbolo de la amistad ruso-hispana. Y cada año los diplomáticos de la Embajada de Rusia vamos a continuar una pequeña tradición conmemorando a nuestro colega y sus méritos en bien de nuestros dos países.