Opinión
Argentina y la crueldad planetaria
Leí hace tiempo al entonces corresponsal de «El País» en Buenos Aires, Carlos E. Cué, referirse al régimen militar de 1976 como «una de las dictaduras más crueles del planeta».
Ni la más mínima simpatía me une al gobierno del general Videla. Pero la definición del periodista de «El País» no parece ajustarse a los hechos. Además del nacional-socialismo, el planeta ha padecido en muchos países un sistema tiránico cuya crueldad resultó incomparablemente superior a la de los «milicos» argentinos: el comunismo. El número de muertos lo sitúa una escala diferente.
Es sabido que destacados integrantes de las organizaciones terroristas argentinas confesaron que la famosa cifra de los 35.000 desaparecidos había sido inventada por ellos, y que la cifra real era bastante menor. Pero incluso suponiendo que sea cierta la cifra que durante años denunciaron los organismos de derechos humanos, incluso en ese caso no se podría afirmar seriamente que la dictadura fue de las más crueles del planeta.
Y hablando de crueldad, llama la atención cómo tantos medios pasan por encima de la violencia de esas organizaciones terroristas, responsables de cientos de asesinatos. Su crueldad rara vez es destacada, ni en España ni en la Argentina, donde muchos han asimilado el pensamiento único y cultivan la fantasía de que la Argentina era un sitio tranquilo y apacible como Suiza. Asombrosamente, en ese escenario idílico, en marzo de 1976 irrumpieron unos militares enloquecidos que, en contra de la voluntad del pueblo, impusieron una dictadura asesina.
No es verdad: los argentinos de 1976 daban la impresión de cualquier cosa menos de opositores a Videla y sus secuaces. Una explicación era la violencia anterior. Por un lado, la de los terroristas, que nunca defendieron los derechos humanos cuando asesinaban a cientos de militares. Por otro lado, la del régimen de Perón y sus sucesores: ellos iniciaron la terrible estrategia de combatir a los terroristas con sus mismas armas. Los crímenes de Videla y compañía fueron abominables, pero las torturas y desapariciones no fueron iniciadas por los militares sino por los peronistas.
La defensa de la democracia y de los derechos humanos, y la condena de las dictaduras, requiere respeto a la historia y a las víctimas, y ponderación en el juicio. Por desgracia, ese respeto no siempre prevalece.
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