Editoriales

El Rey junto a los españoles

Desde que el 19 de junio de 2014 Felipe VI pronunciara su discurso de proclamación ante las Cortes Generales, su mandato no ha sido fácil, preciso reflejo de un momento convulso de nuestra historia, aunque sí a la altura de su deber. Crisis económica, crisis de representación política, crisis territorial. Crisis ha sido la palabra. No hay que olvidar que Don Felipe llega a la Jefatura del Estado no por el camino natural previsto en la sucesión, sino tras la abdicación de su padre y constitucionalmente reglado, precisamente como consecuencia de los errores cometidos y la deslegitimidad que estaba sufriendo la Corona. El traspaso se hizo ejemplarmente y se aseguraba así la continuidad de la institución que mejor ha representado la Transición democrática y la estabilidad política de las últimas décadas. Pero si en estos años Felipe VI se ha ganado a pulso la máxima representación del Estado al situarse con una figura central, moderada y comprometida a fondo con el pulso del país, el momento por el que atraviesa la sociedad española requeriría también de su intervención, como símbolo de toda la nación. La extensión del coronavirus ha provocado en nuestro país 335 fallecidos y 9.400 casos (cifras de ayer al cierre de esta edición), el confinamiento de toda la población, el cierre de centros de estudio, la paralización de prácticamente toda la actividad económica y financiera. Y, desde ayer, de las fronteras exteriores de la UE. En definitiva, las consecuencias que tendrá en el futuro inmediato son la recesión y los efectos conocidos en nuestro mercado laboral.

Todo el país está volcado en esta emergencia nacional, en sumar esfuerzos y recursos, sin distinguir el color político y las afrentas territoriales, con el apoyo de todos los partidos –salvando excepciones que algún día deberán responder ante tanta deslealtad–, fuerzas sociales y, por supuesto, con la demostración de entrega, solidaridad y conocimiento de nuestra sanidad. En este contexto, el Rey debe asumir también su papel como tantas veces lo ha hecho en momentos difíciles como los de ahora. No tendría sentido ensimismarse en los serios problemas que ha tenido la Corona recientemente, que deben resolverse en el ámbito judicial y no entorpecer el trabajo del Rey, algo que colmaría los deseos de aquellos que creen que es una institución que ha perdido su tiempo. Igual como millones de españoles salen cada noche a su balcones y ventanas en todas las ciudades para agradecer a los sanitarios su labor y darse fuerzas y confianza en esta lucha contra el Covid-19, es necesario que Don Felipe se dirija a los españoles sumándose a este gran esfuerzo nacional. La sociedad española lo agradecerá. Sobra decir que el reinado de Felipe VI está marcado por su compromiso con la Constitución, pacto indisoluble de la Monarquía, pero como él mismo recordó en su discurso de toma de posesión «las exigencias de la Corona no se agotan en el cumplimiento de sus funciones constitucionales. He sido consciente, desde siempre, de que la Monarquía Parlamentaria debe estar abierta y comprometida con la sociedad a la que sirve; ha de ser una fiel y leal intérprete de las aspiraciones y esperanzas de los ciudadanos, y de compartir –y sentir como propios– sus éxitos y fracasos».

Pues en estas estamos, en un momento de emergencia en el que nunca como ahora hay que responder en una sola dirección, todos unidos, conscientes de que una respuesta nacional es poner todos los esfuerzos médicos, tecnológicos, científicos y de investigación que hemos acumulado en las últimas décadas. Como en otros momentos en el que nuestro país se ha sentido vulnerable, Don Felipe ha estado junto a los ciudadanos, siempre el primero, para defender nuestras conquistas, la libertad y la vida de todos los españoles.